COLUMNA | Al Aire: Cinismo en 4T (Cuatro Tipos)

En México ya no gobierna la ideología, ni la esperanza, ni siquiera la simulación. Gobierna el cinismo. Y lo hace con una sonrisa de oreja a oreja,

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por Enrique Hernández Alcázar

En México ya no gobierna la ideología, ni la esperanza, ni siquiera la simulación. Gobierna el cinismo. Y lo hace con una sonrisa de oreja a oreja, con un padel en la mano, con un boleto de avión diplomático o con la huida torpe de quien teme una pregunta. En apenas 24 horas, el poder dejó de disimular. Se quitó la máscara y mostró su verdadero rostro: el del descaro absoluto.

Adán Augusto López Hernández se carcajeó frente a las cámaras cuando se le cuestionó sobre las 37 denuncias por desvíos millonarios durante su gestión como gobernador de Tabasco. No negó, no explicó, no se inmutó. Se rió. Como si la corrupción fuera un chiste interno, una broma entre amigos del régimen. El exsecretario de Gobernación sabe que en este país la impunidad no se paga con cárcel, sino con candidaturas o embajadas. Lo suyo no es cinismo espontáneo: es impunidad institucionalizada.

Mientras tanto, Gerardo Fernández Noroña decidió emprender una gira por Palestina. Para qué pasar trabajos en Poza Rica cuando puedes ir gratis a Ramala. No como diplomático, no como enviado oficial, sino como turista político en busca de una causa ajena que le dé reflectores propios. Sermonea usando el conflicto más sangriento del planeta, mientras en este país se multiplican las fosas y las masacres. Noroña no va a Medio Oriente por solidaridad, lo hace por protagonismo. Para tapar el Tepozteco con un dedo.

En otro rincón de este paraíso tropical, José Ramón López Obrador —contratista moral del apellido— huyó de reporteros que intentaban cuestionarlo sobre sus negocios familiares. No corrió hacia la transparencia, sino hacia la SUV más cercana. Nada más simbólico: el pariente incómodo de la “austeridad republicana” corriendo del escrutinio público, como si la genética fuera escudo y no sospecha. En cualquier democracia sana, un gesto así bastaría para abrir investigaciones. En la nuestra, apenas provoca memes.

Y para completar el cuadro, Cuauhtémoc Blanco, el gobernador que convirtió el servicio público en una pachanga perpetua, apareció jugando pádel en horario laboral. Su estado, Morelos, es un desastre en seguridad y gobernabilidad. Pero él, impávido, sigue comportándose como si la cancha fuera su oficina y la pelota su única prioridad. De futbolista a funcionario, Cuauhtémoc nunca entendió la diferencia entre entrenar y gobernar.

Cuatro escenas, un mismo guion. No son anécdotas aisladas: son síntomas de época. El poder perdió el pudor. Ya ni siquiera finge. Los que antes disimulaban sus excesos ahora los exhiben. Los que antes negaban los privilegios hoy los presumen en redes. Los que antes guardaban las formas, hoy se burlan del fondo.

El cinismo se volvió política de Estado. Es la nueva estética del poder: la de la risa ante la denuncia, el viaje ante la crisis, la huida ante la prensa y el juego ante el deber. Cada carcajada, cada vuelo, cada escapatoria y cada partido de pádel son mensajes claros para la ciudadanía: “Podemos hacerlo, y no nos pasa nada”.

La corrupción ya no necesita esconderse; se transmite en vivo. La desvergüenza ya no se castiga; se celebra. En México, el cinismo dejó de ser un defecto. Hoy es el sello oficial del gobierno.

 

Nota: Los espacios de opinión son responsabilidad del articulista

 

 

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