#AlAire | Israel y sus dos guerras

#AlAire | Israel y sus dos guerras

Tiempo de lectura aprox: 1 minutos, 41 segundos

por Enrique Hernández Alcázar


El 7 de octubre volvió a resonar en Israel como un día maldito.

Mientras el Gobierno de Benjamin Netanyahu optó esta vez por el silencio institucional para no ser acusado, como hace un año, de pretender politizar el aniversario de la tragedia.

En contraste, unas 30 mil personas se congregaron en el Parque Hayarkon de Tel Aviv para conmemorar 731 días del ataque que dejó alrededor de mil 200 víctimas israelíes y 251 rehenes tomados por Hamás.

No era un acto oficial. Era un clamor ciudadano. Un memorial cargado de rabia: un coche incendiado, un refugio antibombas destrozado, 48 sillas amarillas que representan a los rehenes que todavía están en manos de los yihadistas.

No hubo discursos de Estado. Pero hubo crítica contra el Estado. Dolor, indignación y exigencia.

Jonathan Chambris, hermano de un rehén asesinado por error por las propias fuerzas israelíes, fue inflexible: “negligencia, liderazgo fallido y abandono de sus responsabilidades”.

No es un arrebato retórico: resume la desconfianza creciente de una sociedad que siente que el contrato institucional se rompió.

Ruthi Chmiel Strum, madre de dos secuestrados —uno liberado, otro aún cautivo—, reclamó algo elemental: “Si nosotros no explicamos bien lo que pasa, ¿cómo podemos pretender que afuera se entienda?”. En su voz asoma una grieta demoledora: el Estado no solo ha fallado en lo operativo, sino en lo narrativo, en lo simbólico.

Y las miradas del mundo están sobre esta zona de guerra.

Unas con empatía, otras con sospecha. Las acusaciones de “turismo del terror”—esa práctica de convertir tragedia en espectáculo político—se multiplican. Las cifras son brutales: más de 67 mil muertos en Gaza en dos años, frente a cerca de mil 665 muertos del lado israelí (incluyendo militares).

Esa desproporción es tan flagrante como políticamente incómoda.

Etel Roterkatz, voluntaria que ha trabajado durante años en Gaza, lo expresó con dualidad: “Me da lástima lo que pasa en Gaza… pero ¿quién empezó todo?”.

La pregunta no busca justificar atrocidades; busca desentrañar un relato que, hasta ahora, el poder rehúsa asumir con coherencia.

La ex vicealcaldesa de Jerusalén, Fleur Hassan, encendió otra chispa al calificar la flotilla Sumud como propaganda: “Eso fue una mentira… ellos quieren hacerse los héroes solo porque viajaron cuatro meses para fumar porro y beber a bordo”.

En un clima de polarización extrema, cada palabra pesa. Y cada silencio más aún.

Este acto en Tel Aviv no fue solo un homenaje. Fue una manifestación política. Una exigencia de rendición de cuentas. Una respuesta ciudadana al vacío institucional. Porque cuando el Estado calla, el pueblo habla. Y esta vez, habló fuerte.

Israel no está solo en guerra con Hamás. Está en guerra con su propia narrativa, con su credibilidad, con el tejido moral del país.

A medida que las negociaciones de paz avanzan con lentitud desesperante, resurgió una convicción interna inevitable: Kumú, levántate.

 

También te puede interesar:Presentan en México primer anticonceptivo oral de liberación prolongada proporciona 24 horas de protección adicional si se olvida una dosis