Prohibir la comida chatarra: ¿Estrategia insuficiente? Rivadeneyra

Resolver el tema de la obesidad infantil en México demanda una estrategia integral que incluya educación en nutrición, acceso a alimentos saludables y una mejora significativa en la infraestructura escolar, escribe Carla Rivadeneyra, psicóloga clínica.
Resolver el tema de la obesidad infantil en México demanda una estrategia integral que incluya educación en nutrición, acceso a alimentos saludables y una mejora significativa en la infraestructura escolar, escribe Carla Rivadeneyra, psicóloga clínica.

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Resolver el tema de la obesidad infantil en México demanda una estrategia integral que incluya educación en nutrición, acceso a alimentos saludables y una mejora significativa en la infraestructura escolar.

Por Carla Rivadeneyra

Corrían los últimos días del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, cuando se dio a conocer que las secretarías de Educación Pública y de Salud preparaban una estrategia que sería, por decir lo menos, polémica: prohibir la preparación y venta de alimentos de alto contenido calórico en todos los planteles del sistema educativo mexicano.

Dicho de otra forma: prohibir la venta de la comida chatarra en todas las escuelas mexicanas.

Con el tiempo la idea fue tomando forma y, para marzo de 2025 –ya en la administración de Claudia Sheinbaum– se anunció como la estrategia “Vive Saludable, Vive Feliz”.

Desde luego que el objetivo de la estrategia era importante: promover un estilo de vida sano en los niños, así como evitar el sobrepeso y la obesidad que son la puerta de entrada a otras dos de las principales enfermedades que aquejan a la población mexicana: la hipertensión arterial y la diabetes.

Sin embargo, en el fondo hay una pregunta que debe ser respondida con mucho cuidado: ¿Prohibir estos alimentos bastará para reducir los niveles de obesidad infantil y que México tenga una niñez más sana?

La pregunta se va respondiendo por sí misma.

A los pocos días de haber entrado en vigor la prohibición de la comida chatarra, la prensa mexicana publicó que, si bien estas opciones ya no se vendían al interior de los planteles, sí podían adquirirse en locales aledaños.

Peor todavía: la prensa dio cuenta que, en algunas escuelas, eran los propios alumnos los que vendían sopas instantáneas, dulces y caramelos.

Sobran los ejemplos de cómo prohibir un producto –lo estamos viendo lo mismo con estupefacientes o vapeadores– termina generando un mercado negro.

Y más importante todavía: Se puede prohibir la comida chatarra en las escuelas, pero ¿qué pasa en los hogares? ¿En cuántos hogares no se consumen refrescos como agua de uso? ¿En cuántos hogares el dulce no es sinónimo de un premio?

Otro punto crucial es la geografía. Es decir, no es lo mismo una escuela privada en la Ciudad de México o en San Pedro, Nuevo León, que un plantel público en la Huasteca hidalguense o en la Sierra Mazateca de Oaxaca.

Según el Instituto Nacional de la Infraestructura Física Educativa (INIFED) seis por ciento de las escuelas en México no cuentan con electricidad, 18 por ciento carecen de agua potable y 46 por ciento –¡casi la mitad!– no tienen drenaje.

En estas condiciones, ¿el sistema educativo mexicano podría iniciar una transición hacia la preparación de opciones alimenticias más sanas, con todos los cambios que ello implica?

Adicionalmente, prohibir un alimento puede generar una relación tóxica con la comida. Es decir, no se inculca la importancia del equilibrio y la moderación sino que se recurre a una medida extrema que puede afectar seriamente la autoestima y la aceptación corporal, en una etapa crucial para el desarrollo de la identidad.

En síntesis: resolver el tema de la obesidad infantil en México es un problema muy simple pero, a la vez, muy complejo. Solo se necesita una estrategia integral que incluya educación sobre nutrición, acceso a alimentos saludables y una mejora significativa en la infraestructura escolar.

*La autora es psicoterapeuta y fundadora del Centro Integral de Consciencia.

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