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Los banqueros mexicanos, dueños o no, tienen ahora la responsabilidad de convencer a sus comités, consejos y accionistas de que México necesita recursos para crecer y evitar, como dice en esta edición el presidente de Endeavor, Fernando Fabre, que sigan perdiendo dinero por no apoyar a los emprendedores.
Cuando se busca cómo explicar las razones que impulsan y determinan las decisiones de inversionistas y multinacionales en una economía emergente con muchos altibajos como la mexicana, a los economistas les gusta repetir una y otra vez la máxima marxista: “El capital no tiene patria”. Eso podría ser relativamente cierto y la crisis global que vive el mundo desde hace más de dos años confirma la segunda parte de la historia: la aversión al riesgo y el famoso flight to quality. Sin embargo, actores como la banca comercial – cuya presencia resulta determinante en el flujo de recursos que recibe un país – no sólo tienen nacionalidad y patria, sino intereses claramente marcados por la ubicación de sus matrices. Por ello, una de las ideas que constantemente se repite en torno a la banca internacional con presencia en México – que hoy resulta mayoritaria en el sistema de pagos mexicano – es que la banca no está otorgando créditos suficientes por su origen foráneo. Sin embargo, dicha afirmación tendría que actualizarse observando las tendencias que están determinando el negocio bancario y que son resultado del éxito que han tenido algunos modelos de hacer banca.
El mercado español del crédito, por ejemplo, que en la década de los noventa vivió una avalancha de inversiones de bancos franceses, alemanes e italianos, no sólo aprendió cómo hacer frente a la competencia, sino a valorar la experiencia local para lograr una mayor participación en los segmentos de financiamiento al consumo y en la captación tradicional. ¿Quién conocía mejor el mercado que los propios españoles? Así lo hicieron con un gran acento en la competencia y en el servicio. El capital intelectual de la banca se convirtió, por lo tanto, en el principal activo de los gigantes españoles del crédito que hace casi una década ocupan los primeros lugares en la banca mexicana. Han sido, además, los ejecutivos de primer nivel de origen mexicano quienes conservan, hasta ahora, las decisiones clave para ganar puntos de mercado y ampliar participación. El estadounidense Citibank tuvo el mismo acierto y, cuando adquirió la mayoría accionaria en Banamex, decidió no reemplazar a cuadros ejecutivos clave para su operación. Ahora, el Presidente para América Latina de los negocios de Citi es mexicano a quien se le ha encomendado replicar en otras regiones el modelo mexicano. La gestión del conocimiento en la banca está en marcha y debería operar en beneficio del país. Fue entre 1982 y 1988 cuando los bancos mexicanos sufrieron la mayor pérdida de capital humano en su historia a partir de la nacionalización del sector. Tal vez, por lo tanto, ésta fue una de las razones del fracaso de la privatización salinista de la banca. México necesita banqueros sin importar su nacionalidad.