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Enrique Hernández Alcázar
Amanece lunes 20 de enero. El clima en Reynosa, Tamaulipas, es de 4 grados con sensación térmica de cero. Se espera una de las peores tormentas frías de los últimos años. “Tráiganse ropa térmica, buenas chamarras y botas”, me advierte una periodista tamaulipeca antes de tomar mi vuelo hasta esta región.
Se percibe que ni el municipio, ni el gobierno morenista del estado tienen un plan de atención concreto para esos migrantes que podrían ser deportados masivamente a nuestro país. Podrían ser unas 150 mil personas en los próximos seis meses. Los tres albergues que existen acá, dirigidos por la sociedad civil, tienen una capacidad máxima de 5 mil personas y hoy lucen casi al límite de su capacidad. Nada hace suponer que Matamoros o Nuevo Laredo sí tengan las condiciones como para abrir los brazos a los deportados.
Dicen los internacionalistas que las primeras 48 horas de este segundo periodo trumpista en la Casa Blanca revelarán sus alcances a largo plazo. Dicen. Más allá de internacionalistas, analistas y opinadores, en los alrededores de la frontera entre Reynosa y McAllen, la realidad se percibe gélida y urgente.
Unos tratan de rebasar a Trump en su ruta al sueño americano, sin cita migratoria aún o con una del CBP One que será hasta después del 20 de enero y que luce tardía e inalcanzable. Otros, casi once millones de inmigrantes ilegales en Estados Unidos, que cuentan las horas, y los minutos que faltan para que Donald Trump declare una ‘emergencia nacional’ en la frontera sur de su país.
Once millones de almas que estiran al máximo la liga del tiempo mientras se debaten entre la idea de ser expulsados de ese país en el que se la han rifado con todo, en donde han vivido más tiempo que en el que nacieron y del que podrían ser deportados dejando a los suyos que sí nacieron en suelo texano.
Del este lado del muro fronterizo, miles de migrantes esperan pacientes para tener su ansiada cita. Con chamarras, gorros y guantes prestados, donados, regalados. Algunos toman un café negro, se envuelven en periódico los brazos y las piernas para aguantar el frío. Todo, para lograr llegar a esa ventanilla única hacia el ‘American Way Of Life’ que -a partir de hoy- quizás no se vuelva a abrir. Esa que les costó horas, sudor y saldo de sus teléfonos móviles. En la espera hay muchos ciudadanos venezolanos, haitianos, salvadoreños, hondureños y hasta uno que otro afgano.
A pesar de las inclemencias, los migrantes que están en Reynosa son afortunados. Lograron llegar a la penúltima instancia sin ser secuestrados por ‘aquellos’. Así se refiere por acá a los integrantes del crimen organizado. Odian que les digan ‘integrantes del crimen organizado’. Y eso da miedo. Por eso la gente acá en los cafés, las fondas y hasta en algunas redacciones periodísticas, se refieren a ellos como ‘aquellos’, ‘la maña’ o ‘los malos’.
Paradójico que un presidente criminal y convicto, sin castigo ni pena, quiera ahora cazar a criminales que no les gusta ser llamados de esa forma. Trump llega a su versión 2.0 con la cola más larga, el copete más naranja, su foto más amenazante y su margen de maniobra mucho más amplio que en 2017.
El presidente número 47 de nuestro vecino del norte tiene todo listo: su fiesta, su polémico gabinete y sus primeras órdenes ejecutivas: más cobro de aranceles contra sus propios socios, la emergencia fronteriza con México y -quizá- la declaratoria de organizaciones terroristas contra los carteles del narcotráfico en nuestro país.
Es lunes de inauguración presidencial en Washington. El inicio de un gobierno radical, amenazante y ultra retórico al que le quedan mil cuatrocientos sesenta y un días por delante. ‘In God we Trump’ o ‘que Trump nos agarre confesados’.
Veremos qué tanto es tantito.
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