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El futuro nunca llega de golpe. No hay un suceso que cambie el estado de las cosas abruptamente, las grandes transformaciones se gestan gradualmente; comienzan como una avalancha, a partir de pequeños copos de nieve que más tarde cobrarán sentido dentro de un gran rompecabezas.
Así sucedió cuando el hombre vio caer el centro financiero más importante del mundo, el evento que marcaría el rumbo de la década pasada y cambiaría las reglas de la guerra. El 11 de septiembre de 2001 no empezó ese día con 19 terroristas a bordo de cuatro aviones, comenzó en 1979 en respuesta a “la más grande amenaza contra la paz desde la Segunda Guerra Mundial” en palabras del ex presidente estadounidense Jimmy Carter: la invasión soviética a Afganistán. Ese año Carter autorizó recursos para financiar la compra de armamento y entrenamiento militar para los mujahedin en su lucha contra la ex Unión Soviética. Más tarde, de este grupo emanaría Osama Bin Laden, el líder de la organización terrorista Al Qaeda.
Al menos 21 meses antes, durante el primer día del nuevo milenio en el planeta se extendió una oleada de optimismo tras haber superado la posibilidad de haber regresado a la era análoga. Más allá de la preocupación por el fin del mundo ocasionado por armas atómicas o guerras devastadoras, el temor entonces se ciñó a la caída de los sistemas informáticos y a la probabilidad de que se perdiera la cuenta del calendario. Un estudio del Senado de Estados Unidos publicado en febrero de 1999 señaló que el problema, conocido como Y2K sería, “uno de los eventos más serios y potencialmente devastadores” que esa nación había encontrado y que merecía de una alta prioridad”. No haber previsto décadas atrás la transición entre dos siglos tuvo un costo muy alto aunque se absorbió rápidamente. Este miedo se desvaneció en el minuto cero del año 2000 y pronto llegaron otros mucho mayores.
Pocos habrían podido imaginar lo que vendría después. En 10 años la humanidad fue testigo del último vuelo del Concorde tras un accidente fatal, el derrumbe de las Torres Gemelas, una nueva invasión a Afganistán y la entrada de una coalición de varios países a Irak, el ascenso del primer hombre negro a la presidencia de Estados Unidos, el crecimiento imparable de China e India y el surgimiento de Brasil como una potencia emergente. Algunos años atrás nadie pudo haber concebido que un obrero condujera al gigante latinoamericano y, mucho menos, que sería el mediador entre las grandes potencias e Irán para resolver la discusión sobre el programa nuclear del país presidido por el maestro de origen humilde Mahmud Ahmadineyad.
Fue también en la década pasada cuando el hombre comenzó a escuchar sobre el cambio climático y vio imágenes de tsunamis, sequías y nevadas devastadores en lugares donde nunca antes se habían vistos fenómenos de esa naturaleza. El alto costo de los combustibles –monetario y ambiental– lo obligó a cobrar conciencia de la necesidad de encontrar fuentes alternas de energía para sus vehículos, como el biodiesel y el hidrógeno así como a aprender nuevamente a manejar en función de objetivos energéticos
Una década determinante
En menos de 10 años el ser humano cambió a gran velocidad sus herramientas y artilugios por objetos mucho más sofisticados. Mejoró la compresión de datos informáticos y explotó el desarrollo de nuevas tecnologías para interpretar imágenes y sonidos y poder almacenarlos en minúsculos dispositivos. Cambió surcos hechos en acetato por archivos de audio. Objetos que, en ese momento eran cotidianos, como el teléfono celular y las computadoras de escritorio, redujeron su tamaño, perdieron botones y fueron renovados con pantallas táctiles.
La euforia por esos grandes cambios en la economía real también contagió a los financieros que se dejaron seducir por la era de la exhuberancia irracional. La política económica para calentar la economía estadounidense dio paso a un crecimiento acelerado. Los hombres de negocios saturaron las ofertas públicas primarias y compraron acciones en grandes cantidades. Los avances en la tecnología y la innegable burbuja de las punto com ayudaron a crear la fantasía de una nueva era dorada. Así como siglos atrás los gambusinos habían ido tras las vetas de oro y el dinero fácil, los cazadores de talento sedujeron a jóvenes desarrolladores con promesas de fama y fortuna. La bonanza permitió que el mercado inmobiliario fuera un detonante de una riqueza sin precedentes. Acceder a préstamos bancarios impagables y de alto riesgo se convirtió en una práctica diaria. El precio de una casa podía multiplicarse en cuestión de días.
Entonces, el sistema financiero colapsó y el miedo se apoderó nuevamente del mundo. Los sueños de conquista y crecimiento imparable se detuvieron de manera abrupta al enfrentarse a las nuevas realidades. Como si el futuro llegara de forma intempestiva, como el terremoto que destruye una ciudad, la convierte en polvo y deja a una familia sin techo, el hombre fue sorprendido sin estar preparado para lo que estaba por venir. La crisis financiera más importante de Estados Unidos después del crash de 1929 se hizo presente y hundió al otrora mercado más importante del mundo en un marasmo de quiebras, desempleo y depresión económica. Los cuatro grandes fabricantes de la industria automotriz, sinónimo de poderío industrial, se vieron forzados a replegarse y poner freno al avance de sus ruedas y sus carros. El Estado fue superado y se vio obligado a instrumentar un rescate bancario multimillonario similar a lo que siempre vio desde lejos en los países del tercer mundo.
El planeta entero fue arrastrado por la burbuja originada en Estados Unidos y algunos países incluso corrieron el riesgo de desaparecer. Tres años más tarde, comenzaron a verse tímidas señales de recuperación. En algunas naciones hubo un aumento en el empleo, en otros los gobiernos activaron medidas para incentivar el consumo interno. Nuevamente el engranaje parecía encaminarse hacia una curva ascendente hasta que la noticia de que la Unión Europea se resquebrajaba por los excesivos endeudamientos y grandes déficits públicos de algunos de sus miembros develó un nuevo escenario funesto.
Decisiones clave
La ciencia ficción no había siquiera preparado al hombre para esa clase de futuro. Pero al final todo pasa. La tragedia de hoy mañana será recuerdo. Los villanos y los héroes de ayer suelen intercambiar sus papeles con el paso del tiempo. Lo que hoy se ve como una grave crisis, en el pasado se hubiese visto como una tribulación.
La Grecia clásica hubiese preferido una crisis económica como la que ahora atraviesa a la amenaza persa; la Europa de la Edad Media habría optado por una pandemia como la del AH1N1 que por la peste bubónica; la Alemania de post-guerra hubiese querido escuchar que algún día sería el país que salvaría a un continente y no partícipe de su hundimiento. El hubiera no existe pero el futuro sí.
Por ello, la clave reside en el presente, en las decisiones que la humanidad tome para resolver sus problemas, en encontrar la manera de detectarlos antes de que algunos de ellos se conviertan en catástrofes, en saber moverse a tiempo porque todos ellos serán, como la historia lo indica, más complejos presentándose a mayores velocidades.
Las revoluciones que vienen
De la evolución de las interdependencias globales, la evolución tecnológica, la segmentación social y el persistente anclaje a los combustibles fósiles dependerá la forma del futuro, según reflexiones del economista italiano Ugo Pipitone.
En los próximos años, nuevas revoluciones traerán consigo formas novedosas de pensar respecto a las preocupaciones actuales. La conectividad se erigirá como un derecho del ser humano y permitirá que comunidades apartadas por la distancia y su difícil acceso se integren a la aldea global de una forma natural. Los equipos de cómputo complejos, sofisticados y delicados serán reemplazados por sencillas soluciones conectadas a la nube digital y quizá serán provistas de colectores de energía solar para su uso. Las redes sociales continuarán con su crecimiento hasta lograr enlazar a todos aquellos que tengan acceso a internet, el sistema nervioso del planeta. Como dijo Mark Zuckerberg, creador de Facebook: “Estamos construyendo una red que por defecto es social”.
Los sistemas financieros y la educación serán dos de los sectores que se transformarán radicalmente en los próximos años y que llegarán a converger para producir lo que Alvin y Heidi Toffler llaman la “revolución de la riqueza”, donde uno de los fundamentos profundos es el conocimiento. Las instituciones financieras tendrán que someterse seguramente a una regulación más férrea de los Estados en un intento de prevenir los excesos y la contaminación global que aún pulula en los bolsillos de empresas, gobiernos y ciudadanos. La educación se convertirá en el commodity del Siglo XXI.
El hombre tendrá que ser muy hábil para lidiar con ese desarrollo. Camina presuroso en la nada baladí tarea de generar energía, pero se topa con que guardarla implica desafíos mayúsculos. Juega con la nanotecnología sabiendo que tendrá un papel fundamental en la solución de muchos de los nuevos retos que enfrenta la humanidad en materia ambiental, médica, empresarial, informática, energética y alimentaria y, sin embargo, lo hace con recursos limitados porque para algunos gobiernos las mejoras en la producción son más importantes que el desarrollo y la invención.
Los productos transgénicos permitirán sustanciales mejoras en la productividad agrícola pero limitaran la variedad en los cultivos y las especies. Se adaptarán al ambiente y requerirán de menos agua y sol a cambio, quizá, de la pérdida de valores de antaño como el sabor natural de una fruta o el color rojizo en un grano de maíz autóctono.
Habrá que producir más con menos tierra y agua en un mundo que se dirige hacia el envejecimiento de sus ciudadanos, sobre todo, en los países desarrollados. La ONU calcula que la tasa anual de crecimiento de las personas mayores de 60 años, que hoy avanza a un ritmo de 1.9%, seguirá aumentando más de 50% en las próximas cuatro décadas. Los humanos tendrán que aprender a ser asistidos por máquinas que probablemente serán androides.
De acuerdo con George Friedman, autor de “Los próximos cien años: Una previsión para el siglo XXI”, alrededor de mediados del centenario, “México emergerá como una economía madura, balanceada y con una población estable y estará entre las primeras seis o siete economías del mundo”. Algo que ciertamente habrá que esperar junto con la idea del autor de que será el país que podría retar a Estados Unidos con respecto al dominio de América del Norte.
Al final la naturaleza del hombre siempre será la misma. Peleará por el poder, la riqueza y la supremacía. Verá grandes imperios nacer y más tarde ser sustituidos por otros. Vivirá temporadas de armonía y estaciones de discordia: hambrunas y opulencia.
A pesar de todo, el ser humano seguirá creando. Dormirá y al hacerlo soñará con grandes construcciones e imaginará mundos mejores. Y tanto los visionarios de las sociedades perfectas como los profetas del Apocalipsis se engañarán a sí mismos y hablarán del futuro, ese tiempo que algún día llegará y ciertamente no lo hará de golpe.