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Este año me encontré dos veces a Juan Velásquez. Ambas en restaurantes. Ninguno de lujo, ninguno de esos impagables. La primera vez, fue en El Péndulo del Centro Cultural Helénico. La segunda, hace poco más de dos meses en la sandwichería “Eva” -de la que soy cliente frecuente porque está a 100 metros de mi casa. Se le veía entero. Sonriente. En compañía de una mujer unos 25 años menor que él. Con chofer y en una camioneta discreta, sin blindaje y no del año. Me acerqué a saludarlo antes de que se retirara de su mesa.
De inmediato, mi mesero de cabecera, de unos 26 años de edad, me preguntó: “¿es un famoso?”. Le dije, es Juan Velásquez el abogado del Diablo. “Ni lo topo”, me respondió. Veinte minutos después, al pedirle la cuenta, me enseño un artículo de la revista a foto en su teléfono celular. “¿Es este?, me preguntó. “Sí, es él”, le respondí. “Pues dicen que defendía a pura fichita y que jamás perdió un caso”, dijo atónito. San Google, haciendo de las suyas.
Pues ayer domingo, leyendo las noticias en línea, me enteré de que Juan Velásquez –el abogado del Diablo- ha muerto.
Siempre he pensado que la muerte es cosa de los vivos. Porque quien fallece se va. Nos quedamos los que escribimos sobre los muertos, quienes los amaron o admiraron en vida y, claro, sus adversarios o enemigos. Estos últimos, bien dirán que su muerte es el ejemplo perfecto de la muerte del sistema de justicia entendido como exclusiva de los privilegiados, de los corruptos y de los cómplices del poder.
La primera vez que platiqué con él fue a las afueras de la casa del expresidente Luis Echeverría Álvarez, debe haber sido en el año 2002. Justo en los tiempos en que el gobierno de Vicente Fox intentaba generar la narrativa de justicia y de castigo contra el viejo régimen priista que había echado vía las urnas por primera vez en 70 años.
En ese primer sexenio panista, se anunció la creación de una Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp) para resolver, sobre todo, la masacre del 2 de octubre de 1968 y el llamado ‘halconazo’ del 10 de junio de 1971. “Jamás verán al presidente (sic) Echeverría tras las rejas”, me dijo para Detrás de la Noticia en una charla informal sobre la banqueta de la calle de Magnolia 131 en San Jerónimo.
Y no, su cliente jamás pisó la cárcel. En 2005, con la acusación de la matanza en Tlatelolco, el magistrado federal José Angel Mattar Oliva ordenó su aprehensión por su probable responsabilidad en el delito de genocidio. Pero debido a su ‘avanzada edad’ (y eso que murió 17 años después a los 100 años de edad) se le dictó arresto domiciliario, mismo que se extendió hasta el 26 de marzo de 2009, cuando un tribunal colegiado lo exoneró en última instancia.
Juan Velázquez también fue abogado de otros expresidentes: José López Portillo y Carlos Salinas de Gortari, de Raúl Salinas de Gortari -al que le consiguió su libertad y la devolución de sus millones, luego de las acusaciones en su contra por el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, su excuñado. Igualmente defendió a la familia de Ruiz Massieu, incluida la hoy legisladora emecista, Claudia. También defendió a Norberto Rivera Carrera, ex arzobispo primado de México, cuando fue señalado de proteger y encubrir a pederastas dentro de la Iglesia católica. Incluso, defendió a David Alfaro Siqueiros -el gran muralista mexicano- que fue acusado y encarcelado por disolución social en 1960.
Con su incomparable habilidad jurídica y sus poderosos y extensas redes de contactos, Velásquez no perdió un solo caso en su carrera. Y se ufanaba por ello. “Nunca en mis 52 años de ejercicio he perdido un juicio que implique el aprisionamiento de alguno de mis defendidos”, dijo en una entrevista para la Revista Abogacía en 2022.
Alguna vez le escuché decir que “por una sola palabra se gana o se pierde un juicio. Hay que leer los casos a detalle. Yo gané todos porque los leí todas las fojas, de la primera a la última”.
El abogado del Diablo ha muerto y su partida llega justo al mismo tiempo en que el sistema judicial mexicano está partiendo su propia historia en ARJ y DRJ. Antes de la Reforma Judicial y después de la Reforma Judicial. Veremos si surgen otros Juan Velásquez que logren entender este nuevo camino. Y veremos si ahora les otorgan justicia y esperanza a los más vulnerables -como promete el régimen mayoritario y supremacista- o la justicia sigue siendo un privilegio exclusivo de los más poderosos.
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