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por Enrique Hernández Alcázar
La política exterior mexicana presume principios, pero practica conveniencias. Se envuelve en la bandera de la Doctrina Estrada cuando le conviene y la guarda en el cajón cuando estorba. Neutralidad selectiva. No intervención con dedicatoria. Moral flexible para amigos incómodos y beligerancia abierta para adversarios ideológicos.
Frente a Venezuela, Nicaragua y Cuba, México optó por la tibieza. Por el silencio calculado. Por la omisión elegante. Ahí sí, Andrés Manuel López Obrador y ahora su sucesora, Claudia Sheinbaum, desempolvan la Doctrina Estrada como escudo retórico: no juzgar, no intervenir, no opinar. Aunque haya elecciones cuestionadas, represión documentada, presos políticos y democracias en ruinas. Aunque el autoritarismo no sea una sospecha, sino una evidencia.
Pero basta cruzar de bando para que el principio se vuelva desechable. Con Perú, México rompió relaciones diplomáticas y abrazó sin matices a Pedro Castillo, incluso después de un intento de autogolpe. Con Ecuador, la retórica se volvió incendiaria tras el asalto a la embajada en Quito, con razón en la forma, pero con oportunismo en el fondo. Y con Argentina, la crítica ideológica fue constante mientras gobernó el “adversario” Milei, aun cuando el mandato popular fuera incuestionable.
Ahí ya no hubo Doctrina Estrada. Ahí sí hubo juicio, condena, intervención discursiva y alineamiento político. Nos metimos hasta la cocina. Opinamos, tomamos partido, presionamos y señalamos. Porque no se trataba de dictaduras amigas, sino de gobiernos incómodos.
La incoherencia no es menor. No es un matiz diplomático. Es un patrón. México dejó de ser árbitro y se asumió como jugador. Un jugador que perdona a los suyos y castiga a los otros. Que confunde solidaridad ideológica con política exterior. Que llama soberanía a la complicidad y principios a la conveniencia.
Claudia Sheinbaum heredó esa ambigüedad y, hasta ahora, no ha mostrado intención de corregirla. El discurso sigue siendo el mismo: respeto a la autodeterminación… siempre y cuando el régimen en turno no contradiga el relato de casa. Porque cuando lo contradice, la neutralidad se evapora.
La Doctrina Estrada nació para proteger a México del intervencionismo extranjero. Hoy se usa para justificar silencios incómodos y dobles discursos evidentes. No es una política exterior de Estado. Es una política exterior de facción.
Y así, México perdió autoridad moral. Porque quien defiende principios sólo cuando le convienen, en realidad no defiende principios. Defiende intereses. Y ni siquiera los admite.
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