Columna | Al Aire: Salario mínimo, ilusión máxima

El gobierno lo presenta como victoria histórica, como prueba viviente de que “primero los pobres” no era solo una frase, sino un mandato. Marath Bolaños, secretario del Trabajo, anunció hoy el incremento del 13% al salario mínimo general, que pasará de 278.80 a 315.04 pesos diarios.

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por Enrique Hernández Alcázar
El reciente incremento refleja más sobre el poder político que sobre las mejoras económicas en el país.

El gobierno lo presenta como victoria histórica, como prueba viviente de que “primero los pobres” no era solo una frase, sino un mandato. Marath Bolaños, secretario del Trabajo, anunció hoy el incremento del 13% al salario mínimo general, que pasará de 278.80 a 315.04 pesos diarios. Suena bien. Se escucha mejor. En el discurso, en la mañanera, en la propaganda: un logro más para el museo de trofeos de la 4T.

En números mensuales, son 9,582.47 pesos. Y en la zona libre de la frontera norte, donde la vida cuesta como en Estados Unidos pero los salarios siguen siendo mexicanos, el ajuste es del 5%: de 419.88 a 440.87 pesos, es decir 13,409.80 pesos mensuales.

Pero aquí viene el punto incómodo -el que no cabe en el tuit celebratorio ni en el spot de aniversario-: ¿qué significa realmente ganar 9,582 pesos al mes en un país donde la canasta básica supera los 12 mil en varias ciudades? ¿Qué implica para una familia el “salto histórico” que presume el gobierno cuando la inflación -esa señora necia- devora silenciosamente cada avance?

El nuevo salario mínimo mexicano equivale a aproximadamente 560 dólares mensuales, menos de la mitad del mínimo federal en Estados Unidos (1,257 dólares) y muy por debajo de Chile (600 USD) o Costa Rica (700 USD).

Además, la informalidad laboral en México ronda el 55%, lo que significa que más de la mitad de los trabajadores no se benefician plenamente de los incrementos. Y otro contraste: la productividad laboral apenas creció 0.3% anualmente en la última década, mientras que los aumentos al mínimo han sido de dos dígitos.

En México, el salario mínimo dejó de ser un mínimo hace décadas: se convirtió en el símbolo del límite inferior de la dignidad. Y aunque la 4T presume que lo ha duplicado en términos reales, el país vive un fenómeno todavía más crudo: el salario mínimo sube porque el mercado laboral está roto. No porque la productividad se haya disparado. No porque las empresas estén vendiendo más. No porque los sectores estratégicos estén viviendo una edad dorada. Sube porque es ordenado desde arriba y porque políticamente conviene al partido en el gobierno.

Los incrementos al mínimo, hay que decirlo con todas sus letras, han sido uno de los mecanismos electorales más eficaces del sexenio. Un paliativo que calma, un alivio que se agradece, un mensaje directo para el 60% del país que vive al día. Pero no resuelve -ni pretende resolver- el fondo: la desigualdad laboral, la informalidad que rebasa al Estado, la precariedad que se volvió estructura, la productividad que no avanza y la economía que depende más de remesas que de salarios.

Es cierto: subir el mínimo ayuda. Sí mejora la vida de millones. Pero también presiona a pequeñas empresas que no tienen el margen fiscal ni operativo para absorber aumentos anuales de dos dígitos. Y provoca ese otro fenómeno del que el gobierno nunca habla: la gente gana más en papel, pero compra lo mismo -o menos- en la realidad.

El incremento de hoy beneficia, sí, pero también maquilla. Permite que la narrativa del “México que ya salió de la pobreza” siga respirando artificialmente. Es el argumento perfecto para que Morena y sus aliados presuman que están del lado de los trabajadores mientras las cifras del CONEVAL siguen mostrando un país partido por la mitad.

Y ahí está la pregunta de fondo, la que ninguna conferencia de prensa va a responder:

¿México salió de la pobreza porque gana más, o solamente porque gana lo suficiente para seguir agradeciendo y votando?

El salario mínimo es un avance necesario, pero no suficiente. No se derrota a la pobreza con incrementos administrados desde el poder. Se derrota con productividad, con empleo formal, con justicia fiscal, con movilidad social real. Nada de eso aparece hoy en el anuncio triunfal de Marath Bolaños.

Lo que sí aparece es un país que celebra subir el piso… porque el techo sigue igual de lejano. Y un gobierno que encontró en el salario mínimo su instrumento político más efectivo: un aumento anual que no cambia el modelo económico, pero sí asegura fidelidad electoral.

Que nadie se engañe: con 315 pesos diarios, la pobreza no se extingue. Lo único que se mantiene -y muy bien aceitado- es el proyecto político en el poder.

 

 

 

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