
Tiempo de lectura aprox: 1 minutos, 45 segundos
Por Fátima Torres Novoa
La industria tecnológica ha instalado una narrativa tan seductora como peligrosa: la idea de que la inteligencia artificial, el Business Intelligence (BI) y el Business Analytics (BA) son herramientas neutrales diseñadas para optimizar decisiones. Pero debajo de ese discurso puede existir una realidad más cruda: las empresas han convertido el Big Data en una maquinaria de extracción silenciosa que prospera gracias a la recopilación masiva y constante de información personal, muchas veces sin el conocimiento real de quienes la generan.
En este ecosistema, la ética dejó de ser brújula para convertirse en ornamento. Porque en la lógica de los datos, lo que importa no es la voluntad humana, sino la predictibilidad humana.
Un consentimiento que no es verdadero
Las empresas aseguran cumplir con las leyes de privacidad y obtener permiso informado, pero ese consentimiento es, en la práctica, una ficción jurídica: un clic apresurado condicionado por la necesidad de continuar. La mayoría de las personas no sabe —ni podría saber— qué datos entrega, cómo se combinarán, qué modelos alimentarán o qué inferencias se generarán. Esta extracción no es accidental; es estructural.
BI y BA convierten datos personales en poder corporativo
Se afirma que el BI ayuda a entender qué ocurrió y que el BA predice lo que ocurrirá. Lo que rara vez se reconoce es que, en ese proceso, los datos personales se convierten en instrumentos de dominación comercial. Hoy, una empresa puede saber si estás embarazada, deprimida, si cancelarás un servicio o si estás dispuesto a pagar más por un producto, basándose únicamente en tus patrones digitales. No es análisis: es poder algorítmico.
La IA infiere lo que no se le da: el territorio sin ley
La mayoría de las leyes de privacidad se enfocan en los datos que una persona entrega directamente. Sin embargo, la IA moderna puede inferir atributos sensibles sin que estos hayan sido revelados. Un modelo puede deducir orientación sexual, estabilidad económica, nivel de estrés o vulnerabilidad psicológica. La inferencia es el vacío ético más grande de la industria tecnológica.
El usuario no recibe beneficios proporcionales
Las empresas obtienen ventaja competitiva, optimización de ingresos y acumulación de poder. El usuario entrega intimidad, tiempo, emociones y patrones de vida. No hay simetría. Existe un desequilibrio estructural donde el individuo es recurso, no protagonista.
Vivimos en una era donde las empresas no solo analizan nuestro pasado, sino que pretenden anticipar nuestro futuro. La pregunta ética no es si la IA puede hacerlo ni si es legal hacerlo. La verdadera pregunta es: ¿es moral construir un sistema donde unos pocos obtienen poder a partir de la vida íntima de millones?
Si la tecnología seguirá modelando nuestras decisiones, emociones y horizontes, entonces la ética debe dejar de ser un accesorio y convertirse en un requisito estructural. Ningún modelo predictivo debería construirse sobre la opacidad o la asimetría. La industria, los reguladores y la sociedad deben asumir que la protección de la intimidad es un pilar democrático, no un costo operativo.
También te puede interesar:Entregan Premio Nacional de Acción Voluntaria y Solidaria 2025; Gobierno de México reconoce al voluntariado









