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Por Andrea Deydén
Andrea Deydén es una periodista de investigación especializada en economía,
finanzas y emprendimiento. Con más de una década de trayectoria en medios de comunicación, su trabajo ha contribuido a generar conversaciones sobre el impacto de las pensiones en México, la evolución del ecosistema startup en América Latina y el papel de la inteligencia artificial en el mercado laboral.
Convencida de que el cambio en las narrativas tiene un impacto social duradero, Andrea se enfoca en coberturas que inviten a la reflexión y mejoren la comprensión de los asuntos públicos. Ha colaborado en medios como CNNMéxico, Expansión, Business Insider México, El CEO y MVS.
Andrea cuenta con una maestría en Periodismo sobre Políticas Públicas por parte del CIDE y licenciada en Periodismo por el Tec de Monterrey.
Contáctala en adeyden@revistafortuna.com.mx
Mis primeros recuerdos como un ser político se remontan al año 2000. Tenía nueve años y, aunque no entendía realmente la importancia de un cambio en el partido gobernante, veía cómo mis papás y más adultos que me rodeaban estaban esperanzados con el “hoy, hoy, hoy”. Ese sentimiento fue tan significativo que moldeó el interés por los asuntos públicos que, hasta hoy, me acompaña.
Si el 2000 olía a esperanza, el 2025 huele más bien a ansiedad. La ilusión con la que empezó el siglo se ha diluído, entre un alza en regímenes de extrema derecha —y de los niveles de conservadurismo entre los más jóvenes—, la caída del poder adquisitivo y la precarización del trabajo, entre otras cosas. Para entender por qué se ha dado este cambio y qué podemos hacer para mejorar la situación, es necesario hablar de democracia económica.
La democracia económica es un concepto que extiende los principios de la democracia política —participación, representación, equidad y rendición de cuentas— al ámbito económico. Implica que las decisiones clave que afectan a la sociedad, como la producción, distribución de riqueza, propiedad de los medios de producción o acceso a servicios básicos, deberían estar sujetas a control democrático y beneficiar a la mayoría, no solo a las élites económicas.
“En los últimos años ha habido una erosión democrática en las sociedades, en donde la política, los oligarcas y el crimen organizado están peleando por el poder, y no queda claro en manos de quién está”, explica Carlos Brown, director de programas de Oxfam. “Estamos en momento de plantear si el nuevo modelo de sociedad, que saldrá de todo esto, apostará por fortalecer las democracias y el rol del Estado”.
Brown es un economista político que, desde hace años, ha ayudado a avanzar la agenda de justicia fiscal en México y se ha consolidado como una de las voces más críticas al modelo social en el que vivimos. Para él, el error esencial de las discusiones democráticas en México es que separa la discusión política de la económica, pues vuelve la participación un privilegio y deja las decisiones en manos de unos pocos.
¿Por qué debemos hablar de democracia económica hoy, si queremos construir un mejor proyecto de sociedad?
Si ha visto algún meme en la línea de “mi plan de retiro es morirme” o se ha involucrado en alguna conversación sobre lo caro que es hacer la despensa, o la dificultad de encontrar un empleo bien pagado, sabe que no estamos en un escenario ideal. Y no lo hemos estado desde, más o menos… los 80.
Con el auge de las políticas neoliberales —privatización, desregulación, recorte del gasto público, flexibilización laboral, reducción de impuestos progresivos— se ha generado una concentración creciente de riqueza y poder corporativo. Esto ha beneficiado a grupos empresariales, que a su vez intervienen en políticas públicas y obtienen poder político para tener más poder económico, que les da más poder político… Enjuague y repita. Como resultado, se ha reducido la capacidad de amplias capas de la población para participar efectivamente en decisiones económicas.
Aunque abordaremos muchos de los efectos de estas políticas en próximas columnas, salve decir que esta dinámica ha afectado desde el empleo y la vivienda hasta la forma en la que imaginamos nuestras vidas. Los millennials, por ejemplo, somos la primera generación que no va a superar la riqueza de sus padres… y, por mal que nos la estemos pasando, no es nada comparado con lo que tendrán que atravesar los GenZ.
Para mejorar el escenario en las próximas dos décadas, hay conversaciones que necesitamos tener desde hoy. La primera es, necesariamente, sobre el dinero. Como Brown dice: “Tenemos que asegurarnos de que esas conversaciones dejen de ser tabú. Lo que está en juego es la democracia”.
En sgundo lugar, hay que fortalecer el músculo crítico. “Construir mejores escenarios para el futuro parte de preguntarnos ‘¿por qué esto funciona así y cómo podría funcionar mejor?’, dice. Aclara que, si este ejercicio se extrapola a todas las interacciones sociales, será más fácil encontrar dónde están los puntos de tensión y trabajar para corregirlos.
Y, finalmente, es necesario cambiar la narrativa. En México, tradicionalmente la medida del logro se ha convertido en “cómo no estar peor”, en lugar de pensar en posibilidades para mejorar. Y, en un entorno profundamente individualizado, en donde los intereses corporativos se han vuelto preponderantes para el Estado, apostar por mantener un sistema que se come a sí mismo no va a funcionar. Especialmente porque nos está comiendo también a nosotros.
Construir el futuro hoy
A partir de hoy, estamos oficialmente más cerca del año 2050 que del 2000. Es el momento perfecto para reflexionar qué mundo podemos empezar a construir hoy para que el balance social, empresarial y ambiental a mitad de siglo no sea tan desolador como suponemos que será.
En los próximos 25 años, tendremos que responder a grandes retos: la falta de agua, la resistencia a los antibióticos, la inversión de la pirámide poblacional y las pocas condiciones para garantizar una vejez digna a los cientos de miles de personas que no tendremos acceso a una jubilación. Sumado a eso, el rápido avance de la tecnología y los cambios sociales e institucionales, nos obligan a imaginar, reimaginar (y repetir el ciclo) el futuro que queremos construir.
Iniciar este ejercicio en un momento tan turbulento parece descabellado. Pero no lo es. Como nativa de los 90s, mi vida ha estado inevitablemente marcada por las crisis económicas, tragedias televisadas, la revolución tecnológica y el derrumbe de la fantasía colectiva de estudiar para “tener el futuro asegurado”. Y si algo he aprendido es que no podemos predecir nada, pero el mañana luce un poco menos turbulento cuando tenemos una hoja de ruta.
Destino 2050 no pretende ser una guía, una carta de advertencia ni un tarot que nos resuelva los problemas presentes y futuros. Vamos, ni siquiera pretende —en estricto sentido— ser periodismo. Es, más bien, un espacio para reflexionar sobre algunos de los temas más importantes (aunque no necesariamente los más urgentes) que moldearán al mundo y a México en los próximos años.
Aquí viene el disclaimer: en este espacio nadie tiene bolita mágica. Ni los expertos entrevistados para este espacio ni yo podemos decir a ciencia cierta lo que pasará. Podemos, a lo más, hacer algunas suposiciones informadas. Aquí, el verdadero valor radica en las preguntas que despierta, en los escenarios que se plantean y en las opiniones que le sirvan a usted, lector, para entender que los cimientos que pongamos hoy se convertirán en la casa que habitaremos todos: usted, sus hijos, sus nietos y los gatos de todas las señoras millennial.
¡Bienvenidos al futuro*!
*Aplican restricciones
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