México, ante su gran oportunidad en el turismo de lujo

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 18 segundos

México lo tiene todo para convertirse en un referente global del turismo de lujo: biodiversidad, riqueza cultural, excelencia en el servicio y una calidez humana difícil de igualar. Así lo afirma Gustavo Egusquiza, periodista y escritor español especializado en turismo de alto nivel, gastronomía y estilo de vida, quien en entrevista con Fortuna señala que el país es “una potencia dormida” en este segmento.

Gustavo Egusquiza, periodista y escritor español especializado en turismo de alto nivel, gastronomía y estilo de vida

“La diversidad de México es única. De norte a sur y de este a oeste, hay paisajes, cultura, gastronomía y experiencias capaces de enamorar al viajero más exigente. Pero el país necesita trabajar en temas clave si quiere liderar este mercado”, advierte.

El concepto de lujo ha cambiado radicalmente en los últimos años, especialmente tras la pandemia. “Hay un antes y un después del COVID”, asegura. Mientras que antes el lujo se asociaba con marcas de renombre, compras y estatus, hoy predomina la exclusividad, el aislamiento, la conexión con la naturaleza y, sobre todo, las experiencias vitales. “El viajero de lujo busca algo único, una conexión emocional con el lugar y su gente. Quiere alejarse de las masas y lo superficial”.

En este nuevo paradigma, la sostenibilidad se ha vuelto esencial. No obstante, Egusquiza lanza una advertencia: “Se habla mucho de sostenibilidad, pero muchas veces se queda en una etiqueta vacía. Ser sostenible implica evitar el turismo de masas. Este puede ser rentable a corto plazo, pero termina por destruir comunidades. Lo hemos visto en ciudades como Barcelona o Venecia, donde los residentes ya no pueden vivir en sus propios barrios por el encarecimiento y el colapso de los servicios”.

 

Para él, el turismo de lujo debe encontrar un equilibrio entre autenticidad, conservación ambiental y calidad. México ya cuenta con ejemplos prometedores, como el hotel Amomoxtli en Tepoztlán, o desarrollos en Mazunte y Puerto Escondido, que combinan diseño, bienestar, naturaleza y respeto por la comunidad. “Creo en México. Tiene lo necesario para convertirse en una referencia, pero requiere orden, visión y estrategia”.

¿Qué le falta al país para despegar en este segmento? Egusquiza lo resume en una palabra: infraestructura. “No basta con tener un lugar paradisíaco; hay que poder llegar a él con comodidad. Las conexiones terrestres y aéreas deben mejorar si se quiere competir con destinos del continente americano como Costa Rica o República Dominicana, que están ganando terreno ante la limitada promoción internacional de México”.

En ese sentido, propone como paso urgente reinstalar las oficinas de turismo en el extranjero. “México enfrenta un problema de percepción en materia de seguridad. Hay que contar su historia, invertir en marketing de calidad y mostrarle al mundo lo que el país puede ofrecer. No es un gasto, es una inversión estratégica”.

El nuevo turista de lujo ya no busca la foto frente a la Torre Eiffel ni una semana de compras en Londres. Quiere exclusividad, sí, pero también experiencias transformadoras: navegar entre glaciares, visitar la Antártida o conocer la vida cotidiana de una comunidad. “Menos, es más. México debe evitar la masificación de sus destinos de moda y crear nuevas rutas boutique que ofrezcan esa conexión emocional que el viajero de lujo busca”.

Egusquiza destaca que destinos como Islandia —por su respeto ambiental e integración social— y varios países nórdicos marcan la pauta en esta nueva forma de hacer turismo. “Cuando visitas Islandia no solo haces turismo: conversas con la gente, entiendes su cultura, te conectas con el lugar. Eso es lo que hace memorable un viaje”.

Para lograrlo, subraya, las alianzas público-privadas son fundamentales. “El gobierno debe crear las condiciones, y la iniciativa privada, ejecutarlas. Es una fórmula simple pero poderosa. Y no se trata solo de atraer visitantes, sino de generar riqueza, empleo y bienestar en las comunidades receptoras”.

“El lujo no está en el mármol ni en el oro, sino en lo invisible: en el trato, en la personalización, en lo emocional. Si un destino logra que el viajero se sienta transformado, que conecte con su historia, que quiera volver… entonces ha triunfado. Y México tiene todo para lograrlo”, concluye.