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Por: Victor Vega / Líder de Inteligencia, OCA Reputación
La Inteligencia Artificial ya no es una promesa del futuro, es un fenómeno del presente. Está en todas partes: en la operación diaria de las empresas, en los dispositivos que usamos y en las decisiones que tomamos. Pero el problema no es la IA en sí misma, sino la forma en la que la entendemos, la entrenamos, la desplegamos y la gobernamos. Porque la IA no es una pieza de software aislada, es una herramienta poderosa que necesita propósito, estrategia y control.
Para explicarlo, no necesito recurrir a tecnicismos. Prefiero usar una analogía que vengo trabajando desde hace tiempo: si la IA fuera un perro, ¿qué tipo de perro sería?
El pastor belga: el potencial que muchos no saben usar
Un pastor belga es elegante, inteligente y extremadamente versátil. Está diseñado genéticamente para trabajar, para obedecer, para adaptarse. Pero si no lo entrenas, si no le das una función clara, terminarás teniendo una bonita mascota que mueve la cola y te acompaña a correr, pero que no sabe distinguir entre una orden y un juego. Eso mismo ocurre con la IA en la mayoría de las empresas. Compran una herramienta poderosa, la integran con entusiasmo y la dejan ahí, a ver qué pasa.
La IA, al igual que el pastor belga tiene un ADN privilegiado. Pero si no se entrena, si no se define desde el principio qué tareas debe cumplir y con qué precisión debe hacerlo, su potencial se desperdicia. Y eso es lo que más estamos viendo hoy: implementaciones sin propósito, chatbots sin profundidad, modelos que se quedan en lo superficial porque nadie se detuvo a diseñar la ruta para que se convirtieran en un activo de valor.
El dóberman: la ejecución táctica sin margen de error
El siguiente nivel es el dóberman. Aquí ya no hablamos de potencial, hablamos de acción. Un dóberman no es sociable, no es versátil. Es un perro entrenado para ejecutar. Para atacar. Para responder con precisión. Un dóberman no duda. Y eso es lo que representa la IA cuando ya no solo apoya tareas, sino que toma decisiones. Aquí entra la IA en áreas como ciberseguridad, prevención de fraude, análisis de riesgo o trading algorítmico. Donde cada segundo cuenta, donde una mala decisión no es una falla menor sino una catástrofe.
Pero tener un dóberman no es para cualquiera. Porque si no hay un entrenador experimentado detrás, el riesgo no es que el perro no funcione, sino que muerda a quien lo soltó. Y eso mismo está ocurriendo en muchas empresas: se obsesionan con tener más IA, con desplegar modelos en todos lados, sin pensar en integración, en coordinación ni en liderazgo. Resultado: áreas que compiten entre sí, decisiones duplicadas, sistemas que se interfieren unos a otros y, en el peor de los casos, equipos que se sabotean sin darse cuenta. Es lo que yo llamo el riesgo de canibalización. Porque no basta con tener más herramientas, hay que saber dónde usarlas, cómo hacer que trabajen juntas y qué órdenes deben seguir.
El lobo: la IA silvestre, fuera de control
Finalmente está el lobo. Aquí ya no hablamos de un perro entrenado, sino de un animal salvaje. Impredecible. Independiente. Sin reglas. El lobo representa lo que ocurre cuando la IA se expande dentro de una organización sin ningún tipo de control. Cuando cada empleado decide qué herramienta usar. Cuando no hay una estrategia central ni un liderazgo claro que defina el rumbo.
El lobo no solo es un riesgo porque toma decisiones por su cuenta. Es un peligro porque nadie sabe exactamente qué hace, con qué datos entrena o qué consecuencias puede tener. Es la IA que genera brechas de seguridad, que automatiza errores, que escala sesgos sin supervisión. Y lo más grave: actúa como si fuera un ente autónomo dentro de la empresa. Muchas organizaciones están justo ahí. Creen que tienen IA, pero lo que tienen es una manada de lobos operando por su cuenta.
La clave: liderazgo y propósito
¿Entonces qué hacemos? ¿Prohibimos la IA? ¿La contenemos? No. Lo que necesitamos es liderazgo. Gobernanza. Una figura que entienda la tecnología, pero también la estrategia de negocio. Que sepa cuándo poner un pastor belga en el campo y cuándo un dóberman en la puerta. Y sobre todo, que sepa cuándo un lobo se está colando por los pasillos.
Esa figura es el Chief AI Officer. Un rol que, aunque aún suena nuevo, pronto será tan necesario como el CEO, el CFO o el CIO. Su función no sólo es técnica, es táctica y estratégica. No se trata de saber programar un modelo, sino de saber qué modelo implementar, para qué, con qué riesgos y bajo qué límites. Porque al final del día, domesticar la IA no es una tarea de software. Es una decisión de liderazgo. Y si nadie toma el control, el lobo no solo se soltará… tomará la empresa.
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