COLUMNA | Al Aire: ¿Maximato, exilio o lealtad?

COLUMNA | Al Aire: ¿Maximato, exilio o lealtad?

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Enrique Hernández Alcázar

 

¡Qué nervios! Para algunos, a partir de mañana 1 de octubre comenzaremos a ver el episodio 1 de la segunda temporada del ‘Maximato’. Para otros, veremos la versión renovada del cortón con el líder máximo revolucionario y de su exilio rumbo al silencio político.

Si AMLO cumple con su primera promesa de “retirarse para siempre” de la vida política, entonces habrá de suceder una especie de resurrección del general Lázaro Cárdenas en la figura de Claudia Sheinbaum. Pero si López Obrador -como suele suceder- edulcora su jubilación para no abandonar el absoluto liderazgo del movimiento partidista que creó, tendremos una intervención callista-caudillista por debajo de la mesa.

¿Qué sucederá? Ya veremos. La línea entre uno y otro liderazgo (el de AMLO y el de Sheinbaum) podría ser muy borrosa en los primeros meses del nuevo gobierno. La necesidad o lealtad o conveniencia de agradecer, alabar, encumbrar el paso del tabasqueño por Palacio Nacional y el hecho de mitificar su carrera y legado político podría ser el peso sobre la espalda que no quisiera tener la nueva presidenta como para iniciar en solitario su gobierno.

Pero como todo dentro de la Cuarta Transformación es doctrina, ideología y pragmatismo, lo más seguro es que jamás veamos en explícito ese rompimiento o esa separación o ese pasito a un lado que varios empresarios, capitales e inversionistas desean. En estas últimas horas del gobierno de López Obrador, su sucesora ha dedicado minutos y minutos de video en sus redes sociales para homenajear a su pastor, a su líder, a su mentor.

La culminación llegó el sábado pasado en una “entrevista” que le hizo el periodista, corresponsal de guerra, productor de telenovelas y férreo propagandista personal de AMLO, Epigmenio Ibarra. De los 24 minutos y 36 segundos que dura esta especie de minidocumental que tiene como narrativa las respuestas de la presidenta electa a las preguntas -casi inaudibles y en su mayoría no mostradas en el material- de Ibarra, Sheinbaum dedica el 95% a hablar del legado de López Obrador, a sus enseñanzas, a su carrera política y a sus logros de gobierno. Lo mismo ha hecho en las semanas posteriores a su victoria en las urnas.

Coincido con la Dra. Claudia Sheinbaum cuando afirma que, en contra de lo que desean sus adversarios, jamás habrá un rompimiento -vamos, ni siquiera distanciamiento- con AMLO.

¿Por qué habría de hacerlo si él la eligió su favorita en la carrera sucesoria? ¿Por qué Claudia habría de tirar a la basura el esquema que la hizo superar a López Obrador en la votación obtenida en las urnas? ¿Por qué habría de debilitar su propia presidencia peleando con su gran sensey o siendo una revisionista incómoda del primer sexenio cuatroteísta? Sería un balazo en el pie.

Donde no coincido con la presidenta electa -tomando en cuenta la evidencia narrativa de las semanas recientes- es que no será una copia de AMLO. Me imagino que tendrá su sello, pero en varias declaraciones previas a su toma de posesión ya reveló una lista de acciones que replicará como si ya fueran parte del nuevo protocolo presidencial mexicano par la era postamlo:

  1. Vivirá en Palacio Nacional.
  2. Tendrá reunión del gabinete de Seguridad de lunes a viernes a las 6 am.
  3. Ofrecerá su conferencia mañanera de lunes a viernes a las 7 am.
  4. Ya está escribiendo el primer libro de su autoría que publicará (y promocionará) ya como presidenta constitucional en funciones.
  5. Respalda la petición para que el Rey Felipe VI de España ofrezca una disculpa a los pueblos originarios de México por las atrocidades cometidas hace cinco Siglos durante la conquista a Tenochtitlan.

Solo por mencionar algunas.

El poder presidencial, dicen los teóricos, es unipersonal e intransferible. Pero cuando se comparte una doctrina política con tal nivel de feligresía, puede suponerse que -aún con el sello de Sheinbaum- sigamos viendo a AMLO en cada decisión, en cada propuesta y en cada discurso. No como la mano que mece la cuna, sino como el dedo creador de una corriente política casi divina que lleva su firma: el obradorismo. Grupo del que Sheinbaum ya se declaró devota.

Claudia será obradorista de palabra en cada discurso y en cada mitin gubernamental. Aunque tenga que modular esa lealtad lejos del ojo público.

 

 

 

Nota: Los espacios de opinión son responsabilidad del articulista

 

 

 

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