La columna de Jorge Flores Kelly || Estratégico mantener vocación del nearshoring, lejos de narrativas políticas, para transformación industrial de México

Si bien no hay una estadística oficial que lleve los registros de las inversiones que se han dado en México por el nearshoring con Estados Unidos

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El nearshoring y las cadenas de suministro han sido absorbidos por una narrativa geopolítica que corre el riesgo de desviar la atención de las verdaderas necesidades industriales. La creciente confusión entre industrias estratégicas y productos de consumo masivo, influenciada por intereses políticos, puede afectar la estabilidad económica. México, junto con países como República Dominicana y Costa Rica, juega un papel clave en la competitividad de América del Norte. El T-MEC es crucial para mantener la integración regional, y honrarlo es esencial para el futuro económico del bloque.

Jorge Flores Kelly

En los últimos años, el nearshoring y las cadenas de suministro globales se han visto dominados por una narrativa geopolítica que, aunque relevante, corre el riesgo de oscurecer las verdaderas necesidades estratégicas de las industrias. Lo que originalmente era una discusión técnica y económica sobre la resiliencia de las cadenas de suministro ha sido absorbido por procesos electorales, campañas políticas y visiones que no necesariamente favorecen un desarrollo estructurado de las políticas industriales. Este desplazamiento hacia lo geopolítico, especialmente en el contexto del nearshoring, plantea importantes retos.

Cualquier abuso o violación al espíritu de los tratados comerciales debe resolverse en el interés claro de los países miembros. Uno de los riesgos más evidentes es la creciente confusión entre lo que constituye una industria estratégica para un país y lo que simplemente son productos de consumo masivo. Desde un punto de vista político, es fácil promover medidas que favorezcan el nacionalismo económico, como la imposición de aranceles, sin distinguir entre la necesidad de garantizar un abasto continuo y lo que realmente es una prioridad estratégica. Esto no solo genera incertidumbre en el ámbito comercial, sino que también desvía la atención de los verdaderos motores de crecimiento y estabilidad en las cadenas de suministro.

Es válido que los países diseñen y ejecuten políticas industriales —como lo hacen la gran mayoría de las naciones— y que tomen medidas apropiadas para proteger sus sectores estratégicos. Sin embargo, dichas políticas deben estar alineadas con los compromisos internacionales para evitar fricciones innecesarias. Aquí es donde los tratados comerciales juegan un papel crucial en garantizar que las medidas proteccionistas no pongan en riesgo la integración económica y comercial entre países.

En este sentido, el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) emerge como un ejemplo claro de cómo los acuerdos comerciales pueden fortalecer la integración económica y consolidar a una región en un contexto global de incertidumbre. La proximidad geográfica de México, su infraestructura logística y la existencia del T-MEC han convertido al país en un actor clave dentro de las cadenas de suministro de América del Norte. Además, la interdependencia económica entre México y Estados Unidos es profunda: ambos países son sus principales socios comerciales recíprocos. Cualquier intento de debilitar esta relación, ya sea por motivos políticos o electorales, no solo sería perjudicial, sino que iría en contra de los intereses mutuos.

La visión original de América del Norte, basada en la combinación de los recursos naturales de Canadá, el capital y el talento empresarial de Estados Unidos, y la capacidad manufacturera y el talento mexicano, sigue siendo más relevante que nunca. El T-MEC materializa esta idea, y es la herramienta más sólida para enfrentar los desafíos actuales y futuros. Si bien el contexto geopolítico puede imponer tensiones, no hay mejor alternativa para mantener la competitividad de América del Norte que seguir fortaleciendo esta relación.

El mayor error que podría cometerse sería subestimar la vecindad, el destino común y el tejido comercial que hemos construido en la región. El T-MEC no solo es un acuerdo comercial, sino una expresión de la visión de una América del Norte integrada y competitiva. Cualquier intento de desvirtuarlo o debilitarlo sería un desacierto de enormes proporciones para ambas naciones.

En este contexto, es fundamental no solo mantener, sino también fortalecer las cadenas de suministro regionales. América Central, en particular República Dominicana y Costa Rica, tienen un papel vital en este esfuerzo. Su participación no es solo deseable, sino necesaria para garantizar la resiliencia de las cadenas de valor que abastecen a América del Norte. Los retos en infraestructura, electricidad o conectividad que enfrentan algunos países de la región no deben verse como limitaciones insuperables, sino como oportunidades para mejorar y fortalecer aún más las capacidades productivas de la región. Después de todo, si existe una demanda por satisfacer, los mercados responderán.

Más allá de las campañas políticas y el ruido mediático, la lógica y el sentido común deben prevalecer en la toma de decisiones que afectan al bloque de América del Norte. Los ciclos electorales son temporales, pero las cadenas de suministro y la integración económica son permanentes. Si se mantienen los principios de cooperación y pragmatismo que han guiado las relaciones entre México y Estados Unidos hasta ahora, el futuro de la región estará asegurado.
En definitiva, honrar el T-MEC no es solo una cuestión de cumplir con compromisos formales, sino de reconocer que nuestras economías están profundamente interconectadas. Cualquier paso atrás sería contraproducente para la competitividad de América del Norte en su conjunto. Solo con una visión clara y un compromiso sostenido, tanto México como Estados Unidos podrán seguir construyendo una región fuerte y resiliente frente a los desafíos globales.