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En línea con estas narrativas inspiradas en el Consenso de Washington, la articulista de The Wall Street Journal, Mary O´Grady escribió este 25 de agosto: “Es hora de irse en corto en el México de AMLO”, con un resumen de su opinión: “El déficit ha aumentado, el peso está más débil y el Estado de derecho está contra las cuerdas”. ¿Qué tiene que ver con la reflexión de Mary O´Grady y el Consenso de Washington?
En el argot bursátil, “ponerse corto o con posiciones cortas” significa apostar, invertir por la caída de un valor. En bolsa lo normal es que un inversor invierta en una acción pensando que va a subir (posición alcista o larga), en cambio cuando apuesta por la caída lo hace alimentado por la volatilidad, la especulación y, sobre todo, por el miedo.
Decía el autor de la legendaria novela Robinson Crusoe que el miedo al peligro es diez mil veces más terrible que el propio peligro. El miedo, en los mercados de valores, generan sobrerreacción, volatilidad, inestabilidad.
Temporalmente, para los mercados financieros la inestabilidad es un gran negocio: compran, venden, generan márgenes, se van cortos, largos y así.
Para una economía, la inestabilidad es un veneno que atenta contra la estabilidad de las finanzas públicas, aunque, en la fotografía de corto plazo, no se justifique el temor. Vean ustedes lo sucedió con los mercados de Japón ante la mera idea de que aumentaría la tasa de interés frente a renovadas amenazas inflacionarias.
La inestabilidad en los mercados financieros es venenosa porque, aunque, en el corto plazo, no encuentre lo que los analistas llaman “factores fundamentales”, resolverá la manera de seguirse alimentando de opiniones, versiones y enfoques para validar sus posiciones. Será, entonces, cuando cualquier señal de debilidad sirva para justificar sus narrativas. Por ello, mantener a raya los indicadores que dicta el llamado Consenso de Washington permite neutralizar esas narrativas: “Viene una crisis de la balanza de pagos”; “el déficit es inmanejable”; “No hay disciplina”.
El problema es cómo cumplir el Consejo de Washington pensado para que los acreedores, inversionistas y organismos multilaterales estén tranquilos cuando un país necesita crecer con sus propias prioridades. En este dilema llevamos décadas y varias crisis.
Vale la pena recordar qué es y cómo surge el Consenso de Washington, ese conjunto de recomendaciones de políticas económicas que surgieron a finales de los años 80 y principios de los 90. Estas recomendaciones estaban dirigidas principalmente a países en desarrollo y economías en transición, y se centraban en promover reformas económicas orientadas al libre mercado. El término “Consenso de Washington” fue acuñado por el economista John Williamson en 1989 y se refiere al acuerdo general que existía en ese momento entre las instituciones financieras internacionales con sede en Washington, D.C. (como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos) sobre las políticas económicas adecuadas.
Las principales recomendaciones del Consenso de Washington incluyen:
Disciplina fiscal, reordenamiento de prioridades del gasto público, reforma tributaria, liberalización de las tasas de interés, tipo de cambio competitivo, liberalización del comercio, liberalización de la inversión extranjera directa; privatización; desregulación, derechos de propiedad asegurados.
Por ello, cuando los inversionistas y los “mercados” perciben que se está ignorando, violando o relativizando la receta dictada por el Consenso de Washington tenemos la sobrerreacción que alimenta la volatilidad.
El Consenso de Washington ha sido criticado por su enfoque único y por no tener en cuenta las circunstancias específicas de cada país. Algunas críticas argumentan que estas políticas pueden haber contribuido a la desigualdad y al desempleo en ciertos contextos, especialmente cuando no se implementaron medidas de protección social adecuadas.
Es cierto que, por primera vez en seis años, la economía mexicana enfrenta un déficit riesgoso. Es cierto que la sostenibilidad fiscal del modelo de las finanzas públicas está a prueba, pero eso no quiere decir que ya tenemos una crisis de la balanza de pagos, que tenemos una crisis en puerta. A los mercados, sin embargo, les conviene momentáneamente defender una narrativa catastrofista. Después, cuando la economía de un país sufra por los embates interesados, dirán: ¡Claro, teníamos razón! Entonces, partirán a otros mercados para decir: Vamos cortos o vamos largos.
¿Quién es Mary O´Grady?
En línea con estas narrativas, la articulista de The Wall Street Journal, Mary O´Grady escribió este 25 de agosto: “Es hora de irse en corto en el México de AMLO”, con un resumen de su opinión: “El déficit ha aumentado, el peso está más débil y el Estado de derecho está contra las cuerdas”.
Mary Anasta O’Grady no se considera una columnista neutral. Es conocida por tener una postura claramente definida y por expresar opiniones firmes en sus columnas, especialmente en temas relacionados con América Latina. Su enfoque es generalmente pro-libre mercado, y ha criticado abiertamente a los gobiernos de izquierda y a las políticas que llama populistas en la región. O’Grady ha defendido la privatización, la desregulación y otras políticas económicas del libre mercado, alineándose con perspectivas conservadoras y liberales clásicas.
Debido a sus opiniones, a menudo se le asocia con una visión política de derecha o centro-derecha. Sus críticas hacia gobiernos y figuras de izquierda, así como su apoyo a la libertad económica y a lo que invoca como democracia liberal, la han convertido en una figura polarizadora. Mientras que algunos lectores y analistas aprecian su enfoque directo y su defensa de ciertos principios económicos y políticos, otros la consideran sesgada debido a su falta de neutralidad y a su tendencia a apoyar posiciones específicas.
En resumen, Mary O’Grady es reconocida más como una comentarista de opinión con una perspectiva clara, en lugar de una periodista neutral que presenta las noticias sin tomar partido.
En el periodismo de opinión, el conflicto de interés puede surgir si un columnista tiene vínculos financieros, políticos o personales con los temas o actores sobre los que escribe. No hay evidencia pública que sugiera que O’Grady tenga estos tipos de vínculos, pero es importante que cualquier periodista de opinión o columnista declare cualquier conflicto de interés potencial para mantener la transparencia y credibilidad. ¿Declará May O´Grady sus intereses?