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En las últimas décadas, la globalización ha tejido una red económica tan compleja que las fronteras se desdibujaron y la producción se dispersó por todo el mundo, desde fábricas en China hasta centros logísticos en Europa. Sin embargo, en un giro inesperado, esta misma globalización parece estar dando paso a una nueva era de regionalización. Bajo términos como nearshoring, decoupling y derisking, empresas y países están reconsiderando sus estrategias de producción y suministro, impulsados por el deseo de reducir riesgos y acercarse a los mercados de consumo. Pero, ¿qué hay realmente detrás de estos movimientos y por qué no se pueden llevar a cabo de la noche a la mañana?
El Falso Dilema Geopolítico
Desde la Guerra Fría hasta el auge de China como potencia manufacturera, la política internacional ha jugado un papel crucial en la forma en que se han configurado las cadenas de suministro globales. Sin embargo, en la narrativa actual sobre el nearshoring, muchos han caído en la tentación de darle demasiado peso al factor geopolítico, interpretando el decoupling como un movimiento puramente estratégico para desvincularse de países considerados adversarios. Este enfoque pasa por alto una realidad más básica: el motor principal sigue siendo económico.
Las empresas no están simplemente moviendo sus fábricas para evitar conflictos geopolíticos; lo están haciendo para optimizar costos, mejorar la eficiencia y responder más rápido a los cambios en la demanda. Que Estados Unidos esté incentivando a las empresas a trasladar su producción más cerca, ya sea a México, Centroamérica, el Caribe o incluso a su propio territorio, responde más a una lógica comercial que política. La producción en Asia sigue siendo clave para abastecer a los mercados locales de esa región, mientras que lo que está cambiando es la estrategia para los mercados más lejanos.
La Interdependencia que No Desaparece… por Ahora
Aunque el decoupling y el derisking sugieren una separación, la realidad es que la economía mundial sigue siendo profundamente interdependiente, por ahora. Asia, y particularmente China, se ha convertido en un centro vital de la producción global, y desvincularse de este gigante no es una tarea sencilla ni rápida. Las empresas han invertido miles de millones en infraestructura, tecnología y relaciones en la región. Mover estas operaciones a otro lugar no solo es costoso, sino que también implica riesgos significativos en términos de eficiencia y calidad.
Además, es ingenuo pensar, como lo hacen algunos analistas, que el crecimiento de las importaciones desde China se debe exclusivamente a contrabando o a violaciones de las reglas de origen. Esta visión simplista no reconoce un hecho mucho más importante: el peso de China en las cadenas de suministro de materias primas e insumos intermedios. China no solo fabrica productos terminados; su rol como proveedor de componentes esenciales para innumerables industrias globales es crucial, y esto es lo que hace que desvincularse completamente de este país sea extremadamente difícil. De hecho, una gran parte de la oportunidad del nearshoring está justamente en sustituir localmente la producción de esas importaciones.
Por eso, más que una desvinculación completa, lo que estamos viendo es una reconfiguración estratégica. El nearshoring se está posicionando como una alternativa viable para ciertos productos y mercados, pero no como un reemplazo absoluto de las operaciones en Asia. En otras palabras, no se trata de darse un balazo en el pie; se trata de una maniobra de equilibrio donde las empresas buscan diversificar riesgos sin perder las ventajas competitivas que han ganado durante años de globalización.
La Realidad Comercial Detrás del Nearshoring
La narrativa del nearshoring suele ir acompañada de imágenes de fábricas en países en desarrollo llenas de trabajadores y productos destinados a Estados Unidos y Europa, pero la realidad es mucho más complicada. El proceso de regionalización no es inmediato ni sencillo. Requiere una evaluación meticulosa de las capacidades productivas, la infraestructura disponible y la estabilidad económica y política de los países receptores.
México, por ejemplo, ha sido uno de los mayores beneficiarios de esta tendencia, pero incluso aquí, las empresas se enfrentan a retos como la reconfiguración de la cadena de suministro de insumos y materias primas. Mover una fábrica de Shanghái a Monterrey no es solo una cuestión de reubicar maquinaria; implica reconstruir una red completa de proveedores, garantizar un flujo constante y confiable de materiales esenciales, adaptar procesos a nuevas normativas y, en muchos casos, reentrenar a la fuerza laboral.
Un Proceso Lento pero Seguro
El nearshoring, el decoupling y el derisking son términos que pueden sonar a cambios radicales, pero en realidad, describen un proceso gradual y calculado. No es un salto al vacío, sino un movimiento estratégico hacia una mayor resiliencia. Es un reconocimiento de que la proximidad al mercado de consumo es cada vez más crucial, no solo para reducir tiempos y costos, sino para asegurar que las empresas puedan adaptarse rápidamente a las incertidumbres de un mundo cada vez más volátil.
Sin embargo, es importante entender que estos cambios no se pueden imponer por decreto ni suceden de la noche a la mañana. Requieren tiempo, inversión y, sobre todo, una visión clara de lo que se quiere lograr. Y es aquí donde la narrativa geopolítica puede distraer de lo que realmente está en juego: un rediseño de las cadenas de suministro globales que refleje las nuevas realidades económicas y comerciales del siglo XXI.
En resumen, el nearshoring es mucho más que una estrategia geopolítica; es una respuesta a las fuerzas del mercado que buscan un equilibrio entre la globalización y la resiliencia regional. Es un proceso en evolución que, lejos de ser instantáneo, promete transformar la manera en que producimos y consumimos en un mundo que, irónicamente, sigue por ahora tan interconectado como siempre.
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