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Por Enrique Hernández Alcazar
Quedan solo 72 horas para que terminen las campañas electorales en México. Faltan seis días para la cita con las urnas. ¿Algo cambiará en este último tramo del proceso? ¿Los seguidores de Morena y sus aliados saldrán a votar ‘todo’ por sus causas? ¿El voto ‘oculto’ saldrá de las sombras para decidir por Xóchitl y sus incómodos partidos? ¿Los más jóvenes votarán en cascada guiados por su jingle favorito de temporada? Veremos.
El miércoles concluyen las campañas electorales en las que se disputan más de 20 mil puestos de elección popular. Casi 100 millones de ciudadanas y ciudadanos tienen derecho y registro en la lista nominal para votar el próximo domingo. ¿Cuántos millones lo harán? ¿Más de los 55 millones que lo hicimos en 2018? No lo sabremos hasta después de la elección del 2 de junio.
Vienen tiempos de descubrir a ganadores y perdedores de esta contienda. Y valdrá la pena ubicar a un amplio espectro en este targueteo final. Ya veremos la tabita de las encuestadoras. En menos de una semana sabremos cuáles le ‘atinaron’ al resultado, cuáles casi lo hacen y cuáles erraron, cuáles se volaron la barda tratando de incidir e influenciar con sus números.
En la lógica de las agregadoras de encuestas, es altamente posible que Claudia Sheinbaum resulte la ganadora de la elección presidencial y podría rondar el 50 o 53% del total de votos obtenidos. Xóchitl Gálvez, a excepción de dos encuestas, parece segura en un sólido segundo sitio y con unos 32 o 37% de los votos. Y Jorge Álvarez Máynez, muy posiblemente, será un tercer lugar muy lejano con 7 o 10%.
Después del 2 de junio empezará, también, el momento de contrastar dichos con hechos. De comparar pronósticos con resultados. De verificar promesas con desempeño de gobierno. De no soltar, como cada elección, la vigilancia de la actuación de quienes arriban -por nuestra decisión- a puestos de poder. Debe cambiar esa dinámica entre ciudadanía y gobierno. No podemos dejar solamente para cada proceso electoral ese deseo de defender a la democracia y a las instituciones de las ‘amenazas actuales’ (no importa cuándo leas esto).
Eso sí, desde ya, podemos vislumbrar que todos aquellos que agarren hueso serán ganadores. Y muchos lo serán sin demostrarlo directamente en el conteo de votos. Tendremos también esos casos que, gracias a las leyes mexicanas diseñadas para ser amigables con las élites políticas, que algún candidato o alguna candidata ganen la elección para la que compitieron y ejerzan a medias el cargo por el que hicieron campaña. Por eso hay que pensar muy bien por quién votar.
La cultura política de nuestros partidos no cambia. Las listas privilegiadas para obtener una legislatura plurinominal están ocupadas por sus líderes nacionales, por los privilegiados de cada fuerza partidista, por chapulines camaleónicos que saltan y cambian de color en cada elección, por personalidades que jalan marca o likes y por sus hacendados, patriarcas y ‘activos’ de siempre.
Por ejemplo, Omar García Harfuch está a punto de hacer un Olga Sánchez Cordero. El exjefe policiaco chilango ganará, muy seguramente, una senaduría por la CDMX y, apenas llegue a su escaño, se convertirá en Secretario de Estado al frente de la Seguridad federal por invitación de la presidenta electa (si es que gana Sheinbaum). Hay que estar prevenidos. Uno puede votar por cierta figura y acabaría desempeñando ese puesto alguien más.
En una semana sabremos cómo se desarrollaron las elecciones en 9 estados que elegirán a su gobernante. ¿Se cerrará más de la cuenta la Ciudad de México, Morelos, Veracruz, Puebla? ¿Logrará el PAN mantener Guanajuato -sobre todo Guanajuato-, Aguascalientes y Yucatán? ¿Alguien le competirá a Morena en Chiapas? ¿La fiebre naranja se mantendrá en Jalisco? ¿El narcotráfico y sus grupos criminales intervinieron en algún proceso electoral o ‘se portaron muy bien’ según ya saben quién?
En unos cuantos días sabremos si Claudia Sheinbaum heredó el mismo teflón que el presidente López Obrador. Porque, hasta hoy, se le han resbalado las acusaciones de corrupción con su famosa casa en Tlalpan, su responsabilidad en la caída del Colegio Rébsamen tras el sismo de 2017, sobre el desplome de la Línea 12 del Metro en 2021, el uso de ivermectina durante la pandemia y hasta los señalamientos por los dineros de su abuelita en paraísos fiscales.
El próximo lunes sabremos si Xóchitl Gálvez tenía razón sobre el “voto oculto” que los especialistas en demoscopia no registraron en sus encuestas, si era verdad que al votar más del 63% de los electores ganaría por 4 o 5 puntos, si el gobierno de López Obrador realizó una elección de Estado -lo que significaría su derrota- y si su campaña y sus partidos aliados presentarán una sólida impugnación de los comicios ante la intromisión presidencial y de miles de sus siervos de la nación para amedrentar a los votantes con el cuento de la pérdida de sus programas sociales.
Sabremos si Jorge Máynez vuelve a usar su apellido paterno y si su campaña realmente resonó en los sectores más jóvenes del electorado. Sabremos si se mantiene en Movimiento Ciudadano o si acepta algún cargo dentro del gobierno de la Doctora Sheinbaum o si apuntalará la siguiente campaña presidencial de su compadre Samuel García.
En muy poco tiempo sabremos si hay vida después del 2 de junio.
Y, sobre todo, qué tipo de vida tendremos.
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