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Los viajes tienen el poder de transformarnos en formas que a menudo no podemos anticipar. Ya sea un corto fin de semana en una ciudad cercana o una travesía a través de continentes; cada viaje nos brinda la oportunidad de crecer, aprender y cambiar de maneras que son verdaderamente reveladoras.
Recientemente, regresé a Francia, después de haber pasado dos meses en México, país con el que tengo una conexión porque mi mamá es mexicana y ahí fue donde me formé en mi adolescencia y parte de mi edad adulta. Proyecte este viaje desde el impulso emocional y ahora que he vuelto, he hecho un balance de mis vivencias en este par de meses. Recuerdo como hace tres años me embarqué en cambiar de residencia hacia Paris y ahí comenzó un proyecto que ha implicado reinventar a la distancia mis relaciones con familia y amigos, mi empresa, lo que ha derivado en un trabajo personal a veces más, a veces menos intenso de adaptación y duelo, “un duelo migratorio” como lo llama la psicología social.
Me encanta seguir atreviéndome y ser valiente en empujar mi zona de confort, sumergirme en culturas diferentes ha sido parte de mi vida desde que tengo 6 meses de edad, con esta misma filosofía supere mi tartamudez. Pertenezco a la tercera cultura, mi hogar es el mundo donde mi alma y corazón resuena, no creo en fronteras ni limitaciones socioculturales; hasta ahora, haber vivido en 5 países en diferentes continentes a nutrido mi forma de ver el mundo y me ha convertido en una persona más observadora, empática y de mente abierta. Esta diversidad cultural ha fortalecido mis habilidades de comunicación y ha enriquecido mis relaciones personales.
Este reciente viaje a México lo viví desde la observación y el aprendizaje, fluyendo con la incomodidad de algunos momentos y disfrutando de experiencias bellas tales como remar en los manglares de Mandinga en Veracruz bajo la luna de sangre, lugar que me brindó una hermosa paz.
Una de las razones por las que viajé a México en estas fechas es que fui parte del jurado con mujeres extraordinarias de la ceremonia de premiación de ‘Inspirando Vidas‘, celebrada en Puerto Vallarta, una iniciativa fundada por María Rodolfa Gómez, la guardiana de corazones, que reconoce a mujeres que han transformado sus vidas aun teniendo realidades sociales complejas. Para ser sincera, lejos de verme como juez, para mí fue un momento de hermandad, de verme en cada una de las mujeres presentes y honrar sus caminos.
Otro evento entrañable al que fui invitada fue a la presentación de la película documental “La Bahía de mi Vida”. No habría imaginado que el gran regalo sería la bella amistad que nacería entre la directora de la película y yo; Mati Covarrubias, una hermosa alquimista que nos llevó a conocer un rincón de México donde la tierra se funde con el sol y el viento canta canciones antiguas, honrando el agave: un tesoro natural. Y así como el agave crece lentamente, pero con determinación, una mujer alquimista como Mati se alza como un faro de sabiduría. Ella nos recuerda que la verdadera riqueza no se mide en posesiones materiales, sino en la comprensión de la armonía entre el ser humano y su entorno.
Con sus raíces en la tierra y su espíritu en los cielos, ella extrae los secretos de la naturaleza y del mar para enseñar al mundo sobre la abundancia infinita que nos rodea. Sus lecciones son más que simples palabras; son una conexión con la esencia misma de la vida. Desde las alturas de los cielos hasta las profundidades del mar, está alquimista nos muestra cómo todo está interconectado, cómo cada elemento de la naturaleza es un regalo que debemos valorar y proteger. Sus enseñanzas nos inspiran a cuidar de nuestra madre tierra y a cultivar un espíritu de gratitud. En un mundo que a menudo busca la acumulación desenfrenada, esta mujer nos recuerda que la verdadera riqueza radica en compartir y preservar los tesoros que la naturaleza nos brinda.
Sus palabras son un eco de la abundancia infinita que podemos alcanzar cuando aprendemos a vivir en armonía con nuestro entorno. Así que sigamos las enseñanzas de esta alquimista de los cielos, la naturaleza y el mar, y abracemos la abundancia infinita que nos rodea. En sus palabras encontramos el poder de empoderar la inclusión mundial, su alma sin fronteras no ve religiones, razas, géneros, sino ve almas y corazones interconectados para recordarnos que somos guardianes de este hermoso planeta y que juntos podemos construir un futuro más próspero y sostenible para todos.
Por otro lado estuvo el contraste del huracán Otis en Acapulco y el huracán en los alrededores de Puerto Vallarta, los cuales movieron mis sentires y enfocaron mi interés en ayudar desde mi trinchera, tuve un sin fin de reflexiones y una de ellas fue “ser y compartir luz con mi prójimo”.
También me he traído en la maleta de recuerdos, los atardeceres de Mérida nadando en su hermosa playa verde esmeralda. Ver a mis papás envejecer fue encontrarme frente a un espejo del tiempo. En mi mente, permanecen eternamente jóvenes, pero la realidad pinta otro cuadro, uno donde cada arruga cuenta una historia, cada paso más lento narra una vida vivida. Esta transición me ha enseñado la impermanencia de la vida y la importancia de abrazar cada momento. Me sorprende y emociona ver a mi madre, a sus 74 años, con una voluntad férrea para trabajar en su crecimiento personal, desafiando y desmantelando antiguas creencias. Esto me recuerda que nunca es tarde para evolucionar y transformarse, una lección que atesoraré siempre.
Este es el resumen de mis vivencias en este reciente viaje, contrastes que me brindaron muchos aprendizajes, ¿Por qué lo comparto? porque estoy segura que en el viaje de tu vida tú también conectas con tu luz y oscuridad para seguir evolucionando.
Este viaje fue un paso más de autodescubrimiento de la etapa evolutiva en que me encuentro, fui consciente de lo mucho que disfruto mi propia compañía, de estar en soledad.
Ahora he regresado con la energía de generar mejores estrategias que impacten mi calidad de vida y la de quienes me rodean. Vivo en el ahora, Paris es mi presente y lo abrazo.
La vida es un viaje de libertad, que experimentamos al explorar nuevos lugares y encontrarnos con almas afines y disonantes para evolucionar, sin olvidarnos del gozo en esta aventura llamada vida.
Los viajes son el puente que nos lleva hacia la transformación personal y la expansión de nuestro ser. Cada experiencia le da forma a nuestra identidad y nos desafía a crecer. Así que, cuando emprendas tu próximo viaje, no solo estás recorriendo nuevos caminos geográficos, sino también desplegando las alas de tu espíritu y abriendo tu mente a las infinitas posibilidades que el mundo tiene para ofrecer.
¡Recuerda, cada viaje es una oportunidad para escribir un capítulo emocionante en el libro de tu vida y para empoderar la inclusión mundial con tu crecimiento personal!
Escrito por Perla Harriet Ernest, fundadora y propietaria del grupo Proyecto Ernest.
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