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Por. Alberto Martínez Romero.
El 25 de octubre nuestro país amaneció con una escandalosa notica, Otis una tormenta tropical que se formó en el pacífico, se transformó en poco más de 5 horas en un huracán categoría 5 y golpeó de manera directa y violenta al puerto de Acapulco, Guerrero.
Otis es el primer huracán categoría 5, a nivel mundial, que impacta una ciudad con una población superior a un millón de habitantes. El desastre es monumental, Acapulco una de las joyas históricas del turismo mexicano se encuentra incomunicado, las imágenes de la devastación son tremendas, hoteles de gran lujo se encuentran despedazados, hospitales públicos abatidos, falta de energía eléctrica, agua y bienes de consumo básico escasean.
El sistema de alerta sísmica ha sido desactivado, las comunicaciones terrestres y digitales se encuentran colapsadas y en proceso de recuperación, el propio Presidente y sus secretarios de la Defensa y Marina se encontraron incapacitados para desplazarse al lugar del desastre, también fue por falta de estrategia para arribar, pero eso nos da una dimensión de lo complejo que fue llegar a Acapulco en las primeras horas posteriores al impacto del meteoro.
La información que fluyó fue inexistente, los tres órdenes de gobierno se encontraron ausentes, se desconoce el número de víctimas, se habla de 27 muertos, pero la cifra parece irreal al ver las imnágenes de la tragedia.
El monto de los daños a la infraestructura es enorme. Si bien la emergencia reclama atender a las víctimas y dar certeza sobre la integridad de las personas que se encuentran sin localizar, también es necesario revisar y reflexionar sobre los efectos del fenómeno natural.
Ello supone analizar las distintas capas del evento, en primer lugar es necesario señalar que, el desastre es resultado de un fenómeno natural y su alcance responde a la conjunción de diversos factores que si bien escapan al control humano, también es cierto que el calentamiento global se convierte en un factor determinante para acentuar los fenómenos naturales; y en dicha determinante la actividad humana y su omisión son elementos fundamentales para la incidencia de estos eventos.
Sin embargo, nuestro país derivado de múltiples desastres contaba con un sistema de Protección Civil que limitaba los daños, brindaba protección y cierto alivio, se había creado un fideicomiso para atender los desastres naturales.
El actual gobierno en una afán de centralizar muchas actividades y desestimar otras, se dio a la tarea de desmantelar numerosos sistemas que si bien es cierto contaban con defectos, también es cierto que antes que mejorar y establecer controles más altos determinó extinguirlos, ese fue el destino del Fonden, el cual ya contaba con recursos escasos y acumulaba deudas que lo colocaban en números deficitarios.
La ocurrencia e improvisación también generan tragedias, la ausencia de un plan de contingencia y de alertamiento sobre Otis muestran hoy crudos resultados, adicionalmente esta situación muestra lo peor de la naturaleza humana, adicional a las pérdidas materiales y humanas, se han dado eventos de rapiña, robo y despojo, donde no son productos de uso personal los que son reclamados, sino son enseres domésticos y electrónicos los que destacan en estos eventos.
Otis reveló la indolencia gubernamental, su incompetencia, pero también el huracán refleja el envilecimiento de nuestra sociedad y sus distintos agentes, la solidaridad que tanto hizo famosa a nuestra sociedad civil, se resquebraja, la violencia, la inquina y polarización empiezan a cobrar factura.