Amar la traición, pero odiar al traidor

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Piensa mal y acertarás

Por Fernando Martin

¿Se estaría pecando de ingenuidad cuando se dice que en política los favores de pagan? Y a veces muy caros, o esa suele ser la creencia de muchas personas pertenecientes a la clase política en México. Y es que la idea de que sea mejor que te deban favores y que esto sea una forma de control político y ejercicio del poder ha sido extensivo a lo largo del tiempo que resulta interesante saber quién planteó tal premisa sin considerar los verdaderos hechos o la naturaleza del ser humano. Los favores no siempre se pagan, pues el hombre es el mismo y sus circunstancias, y las condiciones que llevan a una persona a pagar un favor se encuentran estrechamente relacionadas a las circunstancias de ese momento.

Si el señor presidente vio al excanciller, ni se acuerda (si así se puede parafrasear). De aquel acuerdo entre Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard donde este último le cedía la candidatura de la izquierda a la Presidencia de República en el 2012 a cambio de un posible apoyo en el futuro, quizá queda sólo el recuerdo. Ahora ni la disciplina, lealtad o capacidad mostrada por el excanciller durante años hacía el presidente podrá cambiar las actuales circunstancias donde le beneficiaría escoger a Claudia Sheinbaum como su sucesora ante la genuflexia mostrada por ésta última.

Por años, a Marcelo Ebrard lo ha guiado la lealtad y la disciplina, viviendo detrás de la imagen de Andrés Manuel López Obrador, lavando ajeno. Y ahora que probablemente no resultará como la “corcholata ungida” se enfrenta a un dilema: cruzar o no el Rubicón “a la mexicana”, por así citar el pasaje de la historia de la República Romana tardía cuando Julio César cruzó el río Rubicón e inició la Segunda Guerra Civil, enfrentándose contra miembros del Senado que lo querían juzgar de traidor por el simple hecho de hacer bien las cosas y ser el mejor en ello. No es que se quiera elevar al excanciller sobre un pedestal, pero llega el momento en la vida de cualquier político donde se debe enfrentar a este tipo de dilemas porque el poder no se suele ceder o heredar, se suele arrebatar, y muchos describirán ese arrebato con una palabra: traición. Si el señor presidente no corresponderá a Marcelo Ebrard nombrándolo como su sucesor ¿estaríamos diciendo que Andrés Manuel López Obrador ama la traición pero odia al traidor? Es un político avezado y sabe que una posible “operación cicatriz” con su excanciller no es cosa que se deba tomar a la ligera.

Hasta el momento se ha negado la opción de un cisma político en MORENA, no porque vaya a perdurar la unidad, sino porque Marcelo Ebrard quizá necesite retrasar la división para verse beneficiado políticamente aún en su derrota en el partido guinda. Negar una separación y salida del partido hasta el último momento le permitiría al excanciller retrasar la embestida que representarían las posibles investigaciones y/o acusaciones ante la Unidad de Inteligencia Financiera o la Fiscalía General de la República, y no es que al excanciller se le pueda imputar algo, es el hecho de que el uso de dichas instituciones para fines electorales en predecible. Otro beneficio que tendría el excanciller prolongar su salida hasta el último momento son las pistas que su equipo cercano ha dado, declarando que las encuestas “serias” dan un resultado más cerrado al que probablemente publicará MORENA en su intento de legitimar el primer lugar de Claudia Sheinbaum. Mantener este camino, aun quedando en segundo lugar a unos escasos puntos en una encuesta “seria”, le daría el impulso político necesario para emprender su candidatura por un camino diverso, sólo basta ver cómo está usando una estrategia de polarización para impulsar su aspiración al declarar que en la carrera por la candidatura sólo está Claudia y él, una estrategia irónicamente usada por el titular del Poder Ejecutivo durante muchos años.

Durante los últimos meses o semanas Marcelo Ebrard quizá haya llegado a una conclusión: quedarse en MORENA ya no es opción. El fuego amigo usado para ser el ungido, intentar acorralar al “gran elector”, ganarse varios enemigos dentro del partido guinda; en fin, toda una serie de circunstancias no bien vistas o recibidas en el círculo cercano al señor presidente. El excanciller podrá regresar, mostrar su gran capacidad y eficacia para salvar a la actual administración de errores en el futuro próximo, pero ya no será lo mismo y pasará de ser el súper secretario al florero más disminuido de la actual administración, uno al que ya no rieguen con agua ni al que dejen germinar algo. Sólo Marcelo Ebrard decidirá si cruzará el Rubicón y dirá “la suerte está echada”, tal como lo hizo Julio César hace más de 2 milenios.