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Las historias que nos contamos, que creemos y que difundimos dan forma al mundo desde que el homo se volvió sapiens. Es por eso que considero importante reconocer la capacidad de agencia que tenemos quienes nos dedicamos a construir narrativas, particularmente aquellos que lo hacen desde una posición de poder.
Nos encontramos en un momento donde pareciera que todos los asesores políticos de América Latina usan el principio de “divide y vencerás” y desde una visión simplista parecería que funciona. Por simplista me refiero a que considera únicamente el objetivo de mantener el poder en el corto plazo, sin considerar las implicaciones que esto puede tener en el futuro de nuestros países.
Durante el resto de 2021 habrá decisiones importantes que se llevarán a cabo en las urnas de países como Perú, Chile, Nicaragua, Honduras, México y Argentina. El común denominador es que todos los países enfrentamos grandes retos sociales y económicos, también que las campañas electorales se han enfocado en transmitir mensajes maniqueos que lejos de responder a las necesidades reales de la población abonan a la polarización.
Antes de entrar al dilema conocido en nuestro país, tomo el ejemplo de Perú. Las elecciones peruanas son un buen ejemplo del impacto de las narrativas y la desconexión que pueden tener con la complejidad de la realidad. Pedro Castillo sorprendió a los analistas rebasando por la izquierda a los candidatos de la primera vuelta, del otro lado la controversial Keiko Fujimori logró colocarse en la papeleta. Mientras en la primera etapa de la campaña los medios se concentraron en las conversaciones de Lima y otras ciudades grandes, Castillo se dedicó a recorrer por tierra desde lo rural.
Las narrativas hoy tienen poco que ver con el perfil de cada candidato o el impacto de su plataforma a futuro y mucho más con el miedo añejo de la región a las opciones de izquierda. La narrativa de los medios y las clases altas habla del “mal menor” y la posible catástrofe que puede implicar la victoria de Castillo, aún cuando el fujimorismo tiene un pasado cuestionable. Falta un elemento en este ejercicio de storytelling: la conexión con esta juventud que tomó las calles hace unos meses, cuyas demandas no se ven representadas en la discusión.
Una historia similar en Chile, que este fin de semana elige al constituyente que transformará la legislación heredada de tiempos de Pinochet. El año pasado existió una dura narrativa tratando de impulsar el “no” a la propuesta de reforma, la realidad dejó ver que representaba únicamente a una parte limitada del país. Aunque las posturas se dividen entre los anti-neoliberales, la revisión del rol del estado y el presidencialismo, hoy se sigue alimentando la polarización entre la élite, que no quiere cambios significativos en el modelo económico, y los que exigen una transformación.
Si nos vamos únicamente por las encuestas o las discusiones en redes sociales, podríamos pensar que polarizar sigue siendo una táctica exitosa. Esto resulta una visión incompleta, la otra capa a revisar es el porcentaje de voto nulo, ausentismo y todos aquellos que siguen contestando “no sabe/no contestó”. El camino fácil es abonar a esta polarización, el más interesante es explorar la escala de grises y cuestionar los efectos de empujar escenarios en blanco y negro.
En el caso mexicano las narrativas son incompletas desde todos los frentes, tanto el gobierno en turno como la oposición le hablan a su cámara de eco y los encabezados que alimentan los extremos se vuelven una fuente de clicks pero no conectan con la realidad de otras audiencias: aquellas indecisas, desencantadas y poco representadas.
¿Qué impacto tiene quedarnos únicamente en la discusión de siempre? Las narrativas importan tanto por las acciones que derivan de ellas como por las inacciones. No me extrañaría que se registrara una baja en la participación o un incremento en boletas anuladas como señal de desencanto; no obstante en nuestras democracias se ganan elecciones con mayoría. El llamado “voto duro” vencerá.
Sin embargo, el elefante en la habitación seguirá ahí: una nueva generación que busca otras maneras de participar, protestar y sobre todo incidir en el poder. La otra narrativa que se ha evadido es la de: “no me representan” que aplica a actores públicos, el sistema periodístico de siempre y aquellos que han decidido dejar de mostrar los grises. Este mensaje tendrá una capacidad de agencia igual o más importante en el futuro, mientras más se ignore, más fuerte será el mecanismo para hacerse escuchar.