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Menor crecimiento mundial, incertidumbre, conflictos geopolíticos y riesgos inexplorables; esas son las características de este 2019, año en el que la economía en su conjunto crecerá 3.5 por ciento, según el FMI. Hay muchos fenómenos presentes prácticamente en todos los continentes, pero me parece que cuatro son las que destacan por su impacto global: En Estados Unidos el proteccionismo y la guerra comercial con China; en Europa, el Brexit y el futuro cambio de poder en Alemania; en Asia, China y su plan para reconquistar la ruta de la seda, pero en un momento en que su economía empieza a mostrar signos de desaceleración; y en Latinoamérica con Brasil y Venezuela, el resurgimiento de posturas ultra radicales.
Haciendo un poco de historia nos ayuda a entender el nacimiento de estos fenómenos mundiales. Desde mi punto de vista, se puede encontrar una explicación política y otra económica. La política tiene que ver con el juego de poder; en la primera mitad del siglo diez y nueve, Japón y Alemania surgieron como potencias mundiales indiscutibles. A partir de la segunda guerra mundial y hasta la Guerra Fría, el nuevo orden mundial se “dividió” entre Estados Unidos y Rusia para dar paso a la caída del muro de Berlín y la globalización. Durante todo este periodo había la presencia de un liderazgo activo, responsable del establecimiento del nuevo orden. La explicación económica tiene que ver más con la forma de cómo el mundo se organiza para crear y distribuir riqueza; me refiero a ese modelo liberal basado en la creación de instituciones supranacionales (FMI, Banco Mundial, ONU, etc.), la apertura de fronteras (Unión Europea) y la visión de políticas de desarrollo a partir de la apertura del comercio internacional. Este modelo ha sido más que cuestionado por haber fallado en atender y resolver los grandes temas: pobreza, inclusión, migración, juventud, calentamiento global, etc. Como bien lo plantea la revista de Foreign Affairs: “El concierto funcionó no porque hubiera un acuerdo unánime entre las potencias, sino porque cada estado nación tenía sus propias razones para apoyar el sistema”.
EU y el proteccionismo
A partir de la década de los setentas, la diferencia entre ricos y pobres en Estados Unidos (EU) se hizo mucho más pronunciada; según Foreign Affairs, el porcentaje de la riqueza en manos del 1 por ciento de la población más rica pasó de menos de 30 por ciento a 39 por ciento en apenas 30 años (1989-2016); en contraste, el porcentaje para el 90 por ciento más desfavorecido cayó de 33 por ciento a 23 por ciento en el mismo periodo.
Otro indicador relevante es el de empleo: desde el 2000, los empleos manufactureros en Estados Unidos han caído de manera histórica. Expertos explican este fenómeno ante el surgimiento de nuevas tecnologías y una mayor productividad. Pero para un sector de la población, que incluye al presidente Donald Trump, esta caída responde más bien a una posición desventajosa en el comercio que tiene EU con sus socios y a desinversión y salida de capitales hacia países emergentes. Lo preocupante es que ya hay quienes ya esperan una desaceleración (declive en el ciclo económico) en EU; de hecho, el FMI estima un crecimiento de 2.5 por ciento en 2019 y 1.8 por ciento en 2020.
La consecuencia: proteccionismo y guerra comercial. ¿Por qué debe importar? Porque EU históricamente ha apoyado el orden económico liberal en el que países han salido beneficiados vía balanza comercial, porque EU ha establecido el estado de derecho a nivel internacional para resolver controversias comerciales (OMC) y porque, nos guste o no, EU ha jugado un papel clave en los conflictos geopolíticos. Su ausencia da paso a que nuevos (acaso más temidos) jugadores ocupen su lugar; a que los conflictos geopolíticos se desborden ante la falta de intervención; y a que haya un menor comercio internacional ante el “cierre de fronteras”.
Europa: entre el Brexit y la incertidumbre
El 2019 será clave e incierto para Europa en dos sentidos: el Brexit y la expectativa de la llegada de un nuevo líder en Alemania. Más aún, las tres economías más grandes de la UE – Alemania, Francia e Italia – tienen una expectativa de crecimiento a la baja, principalmente por factores del lado de la demanda agregada y riegos geopolíticos.
Es evidente que la primera fuente de incertidumbre en Europa se llama Brexit en el que, mediante un referéndum en 2016, Reino Unido decidió separarse de la Unión Europea (UE). Al escribir esta columna el gobierno de Theresa May no ha podido encontrar un acuerdo de salida con la UE que sea satisfactorio para el Parlamento. La fecha fatídica es el 29 de marzo; de no llegar a un acuerdo con al UE, el Reino Unido tendría que pagar un costo muy caro, equivalente a cerca de 51 mil millones de dólares de deuda con la UE sin mencionar los costos colaterales (visado, inversión, contratos financieros, etc.). De hecho, la Cámara de Comercio en Inglaterra ha advertido que compañías inglesas ya están activando planes para mover sus operaciones fuera de Reino Unido. Por todo esto y más, el FMI ha pronosticado apenas 1.5 por ciento de crecimiento para Reino Unido en este año.
Un evento que no debe dejarse de lado es el movimiento francés de los “chalecos amarillos”. Poco se habla en estos lados del Atlántico sobre la fuente de ese movimiento que ha trastocado a la administración de Macron. Y es que cada vez más voces claman por una economía menos dependiente del gobierno y más empresarial. Ideas como la reducción del gobierno, un incremento al salario o una menor tasa impositiva forman parte de las demandas sociales cada vez más fuertes. El interminable reclamo por un estado de bienestar imposible de seguir subsidiando.
Por si no fuera suficiente, Alemania (acaso Europa) deberá dar respuesta a la gran pregunta de quién tendrá las riendas del poder económico. En otras palabras, quién ocupará la silla de la Primer Ministro Angela Merkel a partir del 2022. Alemania representa el 21 por ciento del PIB de la UE y su liderazgo ha sido clave para mantener a la UE unida frente a retos geopolíticos (Rusia, migración, etc.) y económicos (crisis subprime). Los especialistas apuntan que el escenario más factible es que una posible coalición colapse y Merkel tenga que establecer relaciones políticas con el líder del partido de Unión Demócrata Cristiana ante la caída estrepitosa del parido social demócrata.
La consecuencia: incertidumbre. ¿Por qué debe importar? Porque un Brexit tendría un impacto muy relevante en el crecimiento económico en la región y a nivel mundial, especialmente si la salida se produce de una manera desordenada; porque la revaluación de activos y la volatilidad en los mercados podrían acarrear un contagio en otros sectores y regiones; porque el salirse Reino Unido sienta un precedente para otros estados miembros de la UE; porque un estallido social en Francia, cuyo PIB equivale al 15 por ciento de la economía de la UE, da elementos adicionales de incertidumbre; porque el surgimiento de un nuevo líder en Alemania también representa los ideales (¿pro o anti?) de la “nueva” UE.
Asia: China y la reconquista del nuevo orden mundial
Este año – si las cosas siguen como hasta ahora – traerá a la “mesa” un nuevo liderazgo político y económico: China. Con su iniciativa de la ruta de la seda (OBOR por sus siglas en inglés), China se perfila a ser quien dicte el nuevo orden económico mundial ante la ausencia de EU y la incertidumbre en Europa. El impacto de la iniciativa OBOR no es menor pues se espera que a partir de la fuerte inversión en infraestructura en red y transporte, se transforme el desarrollo económico, se mejore la conectividad y se reduzcan los costos de transacción. De acuerdo con un estudio de Michel De Soyres llamado “The Growth and Welfare Effects of the Belt and Road Initiative on East Asia Pacific Countries”, la iniciativa OBOR implicaría en promedio una reducción de 1.2 por ciento del tiempo de transporte e incrementaría el PIB entre 2.6 por ciento y 3.9 por ciento promedio para los países de la región Euroasiática.
La consecuencia: el surgimiento de un nuevo poder geopolítico. ¿Por qué es importante? China, al tener el control de redes de transporte, de comunicaciones y de financiamiento, podría bien ejercer un poder político en la región e influenciar (para bien o para mal) las decisiones del nuevo orden mundial. Pero también es un riesgo latente si la desaceleración del PIB se consolida.
Latinoamérica: ¿de regreso al pasado?
Brasil, cuya tasa de crecimiento se estima en 2.5 por ciento, todavía muestra un problema de deuda sin resolver. Este país sudamericano ha saltado de la izquierda populista de Lula y Rouseff al conservadurismo de ultra-derecha de Jair Bolsonaro. Fiel a su bandera neoliberal, todo parece apuntar a que Bolsonaro buscará a toda costa reducir a lo mínimo el gasto público; desregular la economía; llevar a cabo una privatización masiva de empresas estatales; e incluso implementar reformas fiscales que harían menos progresiva la recaudación. En política exterior, y basada tan solo en el pronunciamiento que dio Bolsonaro en el foro de Davos, pareciera que Brasil está listo a abrir completamente su economía al sector privado y con ello retomar influencia en la región, a cualquier costo.
La otra historia, que por falta de espacio me es imposible abordar a profundidad, es la de Venezuela. Un caos económico y una crisis geopolítica que está por estallar; al escribir estas líneas, Venezuela tiene “dos presidentes”: el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela – Juan Guaidó – y Nicolás Maduro, el actual mandatario en funciones. Más crítico aún, el mundo se encuentra dividido entre aquel bloque de países (entre ellos EU, Brasil y Argentina) que apoya a Guaidó y aquellos, como Rusia, China y Turquía, que dan su respaldo a Maduro. Aunque esta historia todavía no tiene un final, es poco probable que no tenga consecuencias para el mundo y los ciudadanos venezolanos.
Bajo este escenario, y sin afán de ser fatalista, me parece que la advertencia del Fondo Monetario Internacional en voz de su directora Christine Lagarde, debe ser escuchada: “(es un año en que el) habrá que atender las debilidades de las que aún adolecen las economías y estar listos en caso de que una pronunciada desaceleración se desarrolle”.
Haydeé Moreyra*