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En agosto próximo estarán sentadas las delegaciones de Estados Unidos, Canadá y México para renegociar el tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Desde esta fecha hasta entonces transcurre el lapso que tiene el gobierno de Peña Nieto para definir qué espera de esa ronda, porque lo que se ha escuchado del gobierno mexicano hasta este momento al respecto, parece como encaminarse al cadalso.
Para nadie es desconocido que la necesidad de debatir el TLCAN proviene de la intención del actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que utilizó el acendrado descontento entre grandes segmentos poblacionales de su país para acceder a la Casa Blanca, y el acuerdo trilateral fue colocado como una de las principales causas de la inconformidad. A partir de ahí, Trump se planteó tres objetivos respecto al acuerdo para mantenerlo vigente y que se convierten en aspectos centrales de la renegociación, que son: más empresas estadounidenses en Estados Unidos, más empleos para los estadounidenses en Estados Unidos y menos inmigrantes mexicanos en Estados Unidos. Para nadie es una sorpresa. Los hemos conocido siempre y son muy claros.
La respuesta del gobierno mexicano sólo ha atinado a acumular argumentos para intentar demostrar que el TLCAN es conveniente y necesario. Su único balance está relacionado con los volúmenes comerciales, como si el comercio fuera un fin en sí mismo y se hubiera alcanzado ya la máxima capacidad de lo que puede ofrecer al país dicho tratado. La tan elogiada competitividad regional, por voceros mexicanos, si bien está cimentada en los grandes aportes de innovación de la economía de Estados Unidos, también se ha soportado a lo largo de casi tres lustros sobre la pauperización de la mano de obra mexicana, ya que el poder adquisitivo del salario tiene un desplome único en la historia.
Por lo tanto, el gobierno mexicano, se ha colocado en la disyuntiva de demostrar que el TLCAN ha sido exitoso para Estados Unidos o aceptar las modificaciones que Washington plantee, porque de lo contrario el acuerdo llegará a su fin. Lo que no se alcanza a comprender es la incapacidad de México para definir los propósitos nacionales para la renegociación. Los voceros gubernamentales se han referido de manera reiterada a fenómenos derivados de la necesidad de actualizar el TLCAN en relación con el paso del tiempo y los desarrollos tecnológicos en el periodo. Es decir, que se pretende incorporar aspectos que a lo largo de su vigencia han venido apareciendo, consolidándose o tomando forma, como es el caso del comercio electrónico, pero nada de estrategia de beneficio para el país, como los planteados claramente por Trump.
En condiciones como las actuales de indefinición de la estrategia nacional o siguiendo la de convencer al vecino que el TLCAN es bueno para Estados Unidos, parece de muy alto riesgo llegar a una mesa de negociaciones. Porque no será difícil imaginar el carácter del diálogo: Estados Unidos en plan de ofensiva, mientras que México estará a la defensiva. Hasta aquí tenemos lo que se conoce hoy de la posición oficial de la Casa Blanca, sin embargo, aún falta por conocer la parte más importante, que radica en lo que el Congreso estadounidense establezca como objetivos, que pueden ser más agresivos contra México de lo que se puede imaginar. Si la mayoría republicana sólo refrendara los propósitos de Trump, ya sería bastante difícil la negociación para México.
Desde muy lejos de las autoridades mexicanas llegó una voz para lanzar las señales de alarma respecto a la renegociación. El prestigiado economista norteamericano Joseph Stiglitz asegura que Estados Unidos ha sido el país más beneficiado con el TLCAN, sin embargo, alertó: Trump quiere más. El premio Nobel de Economía 2001, advirtió también sobre los riesgos que se ciernen sobre el sector agrícola mexicano en la renegociación. Al lado del autor de El Malestar en la Globalización, un grupo de reconocidos economistas de talla mundial hicieron ver las falencias de frente a la renegociación.
Es sorprendente que deban venir externos para hacer ver al gobierno mexicano que no ha hecho su tarea. Que de seguir por el camino que tiene trazado estará viéndose obligado a ceder más de lo que ha entregado y que socialmente se ha estado pagando por décadas. Baste recordar al respecto que no hay capacidad para dar cabida a la fuerza laboral en el país, por lo tanto, tiene que emigrar; que las remuneraciones han llegado a un nivel de incapacidad de igualarse en algún momento entre ambos países, por eso los emigrantes no desean regresar.
Por parte del gobierno mexicano se ha pretendido acordar con Canadá una acción conjunta para dar sentido trilateral a la renegociación del TLCAN. Es lamentable decir que tal camino está cerrado. No porque Estados Unidos pueda aislarlos y buscar una negociación bilateral con cada uno. La mala noticia es que están aislados, porque el trilateralismo tan pregonado no existe. La razón es que el comercio entre Estados Unidos y Canadá es por 580 mil millones de dólares anuales, con México llegó a 530 mil millones de dólares; pero entre México y Canadá sólo es de 30 mil millones de dólares. Lo que demuestran estos datos es que la comunidad de intereses, en caso de existir, la eslabona Estados Unidos. Por esa razón, Washington bien puede hacer que caminen por senderos distintos con cada uno de los otros países.
No es necesario hacer un recorrido por las industrias, actividades, sectores, regiones y demás que son sensibles a la aparición de reglas diferentes de las que han prevalecido con el TLCAN, porque las que escapan son muy reducidas y cada una tiene sus propias necesidades. Lo que se espera es una posición muy clara de definición de los intereses mexicanos con absoluta independencia de lo que esperan las empresas, los capitales, los ciudadanos y los políticos estadounidenses. Y, más importante que definirlos, se espera una defensa, que hasta hoy no se ha visto por parte del gobierno de Peña Nieto nada claro al respecto. El riesgo es que no exista una verdadera renegociación, sino imposición de nuevas condiciones.