Tiempo de lectura aprox: 3 minutos, 45 segundos
Daniela Pastrana/IPS
Irapuato, Guanajuato. A principios de mayo, la Casa del Migrante de Irapuato, en el centrooccidental estado de Guanajuato, en México, recibió a un grupo de 152 personas procedentes de Honduras que pertenecían al grupo étnico afrocaribeño garífuna. De ellas, 60 eran niños y niñas.
“Fue un domingo”, recordó Bertha, la cocinera. “Venían con niños de todas las edades, desde bebés. Estuvieron solo unas horas, se bañaron, comieron y se fueron. Tampoco hablaban mucho. Le pregunté a una de las mujeres si estos niños no van a la escuela y solo me dijo: ‘no madre, ahorita no podemos’ y calló”, describió a IPS.
Entre mayo y junio, este albergue recibió más de 400 niños, mayoritariamente provenientes de Honduras. Viajaban en grupos grandes. Solo una vez, se quedaron más de cuatro horas.
“Hablaron muy poco, no nos dijeron cómo viajaban, aunque sabemos que no venían en el tren; tampoco quisieron decir qué camino seguirían”, contó a IPS la responsable del albergue, Guadalupe González.
Unos 1.000 kilómetros al sureste, en LA72 Hogar Refugio para Migrantes de Tenosique, un municipio del estado de Tabasco en la frontera con Guatemala, también viven el cambio.
Comenzaron a detectar un incremento considerable de jóvenes migrantes de 14 a 18 años no acompañados, de mujeres con niños pequeños y grupos de garífunas, que antes eran esporádicos en la ruta migratoria hacia Estados Unidos.
México tiene en el norte de su territorio una frontera con ese país de 3.152 kilómetros, mientras al sur limita con Guatemala, con 956 kilómetros, y Belice, con 193 kilómetros. Entre las dos fronteras hay unos 3.200 kilómetros de largo en línea recta. Pero las seis rutas migratorias suman más de 5.000 kilómetros de recorrido de sur a norte.
El mismo patrón que en otros hospedajes se registró en el Albergue Belén, Posada del Migrante, en Saltillo, capital del nororiental estado de Coahuila, en la frontera con Estados Unidos, donde a partir de mayo la afluencia de niños pasó de un promedio de cuatro cada mes, a cuatro cada día.
“Es una situación extremadamente alarmante”, dijo a IPS el sacerdote Pedro Pantoja, responsable del albergue y un gran especialista en asuntos migratorios.
Aún no está claro qué originó este éxodo de niños y niñas centroamericanos, muchas veces solos, que ya desbordó la capacidad de atención de la Guardia Fronteriza de Estados Unidos y provocó una crisis humanitaria en ese país, según lo declaró su presidente, Barack Obama.
Los defensores de los migrantes en México lo atribuyen al esparcimiento de rumores sobre la regularización futura para quienes entren a Estados Unidos siendo niños.
Eso es, al menos, es lo que motivó a Delsy, un joven hondureña de 20 años que aparenta unos cuantos menos, a emprender el camino rumbo al norte, dejando atrás a su madre, cuatro hermanos y a su pequeño hijo de 15 meses.
“Me dijo una persona que si me pongo de menor de edad, en (la noroccidental ciudad fronteriza de) Tijuana puedo pasar a Estados Unidos. Que sí se puede, porque así pasó ella”, dijo a IPS en el albergue de Irapuato, poco antes de subirse al tren que la llevaría a la frontera.
Desde octubre de 2013, más de 52.000 menores de edad han sido detenidos en Estados Unidos. En Texas y Arizona, dos estados fronterizos con México, los centros de detención y bases militares están saturados, y los menores permanecen hacinados a la espera de su deportación.
Organizaciones defensoras de los derechos de las personas migrantes, como el Centro de Derechos Humanos Fray Matías de Córdova (CDHFrayMatías), en la sureña ciudad de Tapachula, en el estado de Chiapas, habían documentado el aumento sistemático en el flujo y detención de la población infantil desde 2011.
Sin embargo, ninguno de los gobiernos involucrados tomó medidas para contenerlos. Lo que sí cambió fue el lugar de procedencia, pues antes de 2014, México era el principal país de origen de la niñez migrante.
En cambio, del 1 de octubre de 2013 al 15 de junio de 2014 las autoridades estadounidenses detuvieron a 15.027 niños de Honduras, 12.670 de Guatemala, 12.146 de México y 11.436 de El Salvador, de acuerdo con datos del Servicio de Protección de Aduanas y Fronteras de ese país.
El Centro de Investigaciones Pew, con sede en Washington, relacionó estos nuevos lugares de origen de los menores con los índices de violencia.
“Hay una crisis humanitaria, no solo en Estados Unidos, sino en el triángulo norte de Centroamérica, principalmente en Honduras, que obliga a salir de la región a niños y niñas y personas víctimas de la violencia social y política”, dijo a IPS el activista Diego Lorente, del CDHFrayMatías.
El problema puede ser peor, porque miles de menores migrantes que salen de estos lugares no llegan a Estados Unidos. Las organizaciones humanitarias estiman que cuatro de cada 10 niños de este éxodo ni siquiera llegan a la frontera norte.
Algunos son detenidos en México. El gubernamental Instituto Nacional de Migración informó que entre del 1 de enero y el 26 de junio había “rescatado” a 10.505 menores migrantes, que están en proceso de ser deportados a sus países.
Pero hay muchos más que simplemente desaparecen en el territorio mexicano.
“Es una sangría espantosa. Son niños de 13 a 16 años, que van derechito tanto a la trata sexual, a la trata laboral, a ser masacrados, a ser desaparecidos, y también a ser sicarios”, dijo Pantoja, del albergue de Saltillo.
En Estados Unidos, la ley establece que los niños deben ser procesados en las 72 horas posteriores a su detención. La salida que tiene la mayoría es que un familiar los reclame legalmente o que permanezcan en albergues por mucho tiempo. Y al cumplir la mayoría de edad deberían ser deportados.
El 30 de junio, Obama anunció que su reforma migratoria entró en punto muerto en la Cámara de Representantes, dominada por el opositor y derechista Partido Republicano, por lo que a partir de ahora gobernará por decreto para intentar resolver la crisis.
Pero el problema no tiene una salida sencilla. Según las autoridades hondureñas, en lo que va del año, unos 3.000 niños han desertado de las clases para emprender el “sueño americano”.
“En centros educativos de las comunidades garífunas de la costa norte del país están registrando que muchos niños están desertando de las clases porque salen del país con sus padres o personas particulares rumbo a Estados Unidos”, publicó el 28 de junio el diario hondureño La Tribuna.
“Se corrió el rumor, se salió de control, y ahora parece que no hay forma de detenerlos”, dice Guadalupe González, en el albergue de Irapuato, mientras dos jóvenes hondureñas se alejan, convencidas de que si logran llegar a la frontera podrán cruzarla con solo decir que son menores de edad.