Huele a desechos… electrónicos

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Roberto García Hernández/PL

La Habana. Cuando se piensa en la polución es inevitable imaginarnos un irresistible hedor a causa de enormes montañas de desechos orgánicos, pero nada más lejos de la verdad.

Diversas organizaciones internacionales estiman que hasta 2017 la chatarra electrónica, la de mayor aumento, pasará de 48.9 millones de toneladas en 2012 a 65.4 millones, o sea 33 por ciento más.

Tal vez pensemos que estamos protegidos, al ser residentes en un país subdesarrollado, de esa avalancha de teléfonos celulares, computadoras y toda suerte de dispositivos eléctricos y electrónicos arrojados al basurero.

Pero otra vez nos equivocamos.

La reducción del costo de reemplazar los aparatos eléctricos, unida a la velocidad con que la tecnología se hace obsoleta, han provocado que la basura electrónica sea ya el desecho de más aumento en los países desarrollados.

Al poco espacio para almacenarlos se suman los pronósticos de incremento en ventas de todo tipo de equipos. De acuerdo con datos de la Unión Europea, los desechos electrónicos crecen tres veces más rápido que la basura tradicional, una situación de la que no escapa el Tercer Mundo.

La situación se torna más preocupante porque no se han adoptado nuevas regulaciones para asegurar el reaprovechamiento de esos desperdicios, como lo solicita el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).

El procesamiento de la chatarra electrónica requiere de métodos tecnológicamente avanzados, que maximicen la extracción de recursos útiles y minimicen los daños al medio ambiente y al ser humano.

Lamentablemente, esos procedimientos son inhabituales, en especial en los países subdesarrollados, a donde llegan muchas veces esos equipos tanto por envíos ilegales como bajo la excusa de reducir la brecha digital entre ricos y pobres.

Asia, por ejemplo, es el centro de manufactura de casi toda la tecnología de vanguardia, pero resulta también el lugar a donde suelen volver los aparatos cuando se tornan inservibles.

La emisión de gases venenosos a la atmósfera por la incineración en vertederos es sólo un botón de muestra de las malas prácticas en el desmantelamiento de esos desechos en países en desarrollo, carentes muchas veces de la tecnología e infraestructura a fin de eliminarlos de forma inocua para el medio ambiente.

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Metales pesados o difíciles de reciclar como berilio, cadmio, mercurio, fósforo, bario y plomo forman parte del equipamiento en desuso con las consiguientes afectaciones a la salud humana y la del planeta, pues liberan peligrosas toxinas al mezclarse con el aire, la tierra y el agua.

Si se incluye en la ecuación a los niños, muchas veces los empleados en esas tareas, habría que pensar en soluciones más urgentes.

Algunos países piensan en todo el ciclo de vida de un producto, pues se multa a los que no se comportan responsablemente luego de consumir e incluso algunos de estos medios tienen una tasa destinada a resolver el fin de su vida útil. Sin embargo, aun esas políticas son la excepción.

En busca de oportunidades soportables, se intenta reducir la generación de desechos mediante la compra responsable y el buen mantenimiento, reciclar los componentes que no puedan repararse y promover una mayor incorporación de materiales biodegradables a estos dispositivos.

Puede sumarse a ello que el reciclaje de estos aparatos es una fuente de riqueza poco explorada.
Dentro de los celulares usados hay elementos valiosos como cobre y oro, y otros muy escasos como iridio y cobalto que podrían reaprovecharse casi infinitamente.

Existen iniciativas de alcance internacional como la Convención de Basilea, que bajo los auspicios del PNUMA entró en vigor en 1992 y ejerce controles sobre los movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos y su eliminación.

En otras como StEP (Solving the e-waste problem, en español Iniciativa para Resolver el Problema de los Residuos Electrónicos) participan empresas, gobiernos, organismos internacionales, organizaciones no gubernamentales y científicos en busca de políticas y legislaciones que tomen en cuenta el rediseño, la reutilización y el reciclaje.