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Médico, científico, investigador, historiador, maestro emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), fundador de instituciones y, sobre todo, forjador del talento mexicano, el doctor Ruy Pérez Tamayo decidió quedarse en México a seguir generando conocimiento sobre los grandes problemas de salud que enfrenta el país con el único objetivo de buscar soluciones.
Reconoce los avances en las políticas públicas, pero lamenta que la pobreza y la violencia estén ganando terreno. El gobierno federal necesita –asegura el también integrante de la Academia de Ciencias– generar políticas públicas eficaces que le ofrezcan a los jóvenes mexicanos mejores opciones de empleo e ingresos que el crimen organizado. El tiempo se está acabando, mientras otra amenaza se cierne sobre los niños: la obesidad que hoy coloca al bono demográfico por encima de otros países como Estados Unidos con este problema. Niños mexicanos hoy sufren síndrome metabólido y están en riesgo de diabetes e hipertensión.
“¿Qué queremos, 14 millones de muchachos educados, inteligentes, bien comidos o 14 millones de forajidos? Depende del presidente Enrique Peña Nieto, del secretario de Educación Pública, Emilio Chuayffet, depende de las autoridades”, dice el doctor Ruy Pérez Tamayo en una entrevista con Fortuna en su oficina del Departamento de Patología del Hospital General. Nos recibe con gusto y con modestia pregunta: “¿Yo qué tengo que decirle a una revista de contadores?”. Mucho, respondemos al doctor Pérez Tamayo. Aquí la entrevista de un sabio mexicano.
¿Cuál es su opinión sobre las políticas públicas que se han aplicado en el país para combatir los grandes problemas de salud que enfrenta la población mexicana?
Durante un tiempo prolongado, una parte del siglo pasado, se pensó que los problemas de salud que teníamos se debían a la desnutrición, especialmente infantil. En este asunto se concentró una gran cantidad de proyectos de salud pública oficial; los diferentes secretarios de Salud se enfocaron a la desnutrición de los niños, lo cual era correcto, pero no era un problema de salud sino económico. Es decir, para poder comer es necesario tener qué comer, y para tener qué comer es necesario tener dinero para comprar los alimentos; y la gente lo que tenía era miseria y como consecuencia de la pobreza había desnutrición, especialmente en los niños.
Conforme la clase media fue creciendo, el problema de la desnutrición infantil empezó a reducirse, pero no ha desaparecido, ya que todavía hay grandes sectores de la población que tienen problemas de nutrición por falta de acceso a los alimentos. Pero en la actualidad, el problema número uno de salud pública es exactamente el opuesto: la obesidad, así como la diabetes mellitus, el síndrome metabólico, las complicaciones cardiovasculares, y todo esto tiene que ver con una alimentación anormal y con la falta de ejercicio, como los dos factores principales.
Desde el punto de vista económico, la Secretaría de Salud se enfrenta como problema número uno a la obesidad. Uno puede salir a la calle y contar cien personas y ver cuántas son obesas. La frecuencia de la obesidad en México es una de las más altas del mundo; y en la juventud y en los niños es la más alta del mundo. Hay más gordos en México entre niños que en Estados Unidos.
¿Las campañas pocas veces han estado dirigidas a enfrentar los problemas de salud que realmente tenemos?
Cuando yo empecé a hacer autopsias en este hospital (General de México), en 1952, una de las cinco principales causas de muerte en sujetos adultos del sexo masculino era la cirrosis hepática. La edad promedio de los pacientes a quienes se realizaban autopsias era de 42 años, ahora es de 70 años. Entonces la gente se moría bastante más joven que ahora y la frecuencia de las enfermedades hepáticas como causa de muerte era mucho mayor que en la actualidad.
La razón, no es que se hayan reducido las enfermedades hepáticas sino que han surgido otras que afectan a la población de edades mayores, ahora ya la gente se muere más vieja, pero todavía tenemos una frecuencia muy alta de enfermedades hepáticas como causa de muerte, ya no es una de las cinco primeras, pero no ha desaparecido.
Hay un grupo de investigadores que nos hemos interesado en padecimientos hepáticos, especialmente crónicos, debido a la gran frecuencia que se encontraban en las series de autopsias realizadas. En este hospital se hacían alrededor de 700 autopsias al año, que significaba una serie elevada. Se tenían 2 mil camas de pacientes adultos y, en ese entonces, no había pediatría en este hospital.
Cuando inició operaciones el Instituto Mexicano del Seguro Social empezó a acumular también información y se pudo observar que las enfermedades hepáticas también afectaban a las personas de otros medios económicos, que son los trabajadores asegurados.
En este hospital se atiende a personas que no tienen seguro y antes no había Seguro Popular.
¿Cómo ha cambiado la situación?
De los casos analizados en ese tiempo, nos enfrentamos a tres situaciones: primero, se pudo comprobar que la causa número uno de la cirrosis hepática era el alcoholismo; segundo, los médicos no teníamos nada que ofrecer al paciente, no había manera de tratar la enfermedad. Nosotros, entre las décadas de los 50 y 60, no teníamos ningún tratamiento, el individuo que desarrollaba cirrosis hepática se moría porque no podíamos hacer nada. Los tratamientos eran sintomáticos, paliativos, pero no dirigidos a curar la enfermedad sino algunas de sus complicaciones más graves, como el problema de circulación intrahepática, cuando la sangre no podía circular dentro del hígado y se iba por otros lados, por lo que producía distensión de venas por el exceso de volumen circulatorio y éstas se reventaban y las rupturas de las várices esofágicas era una de las causas principales de muerte de los sujetos, no había más que operaciones, tratamientos quirúrgicos paliativos, pero no correctivos.
La cirrosis hepática era mucho más frecuente que el cáncer mamario y el cáncer intrauterino.
La cirrosis hepática es una enfermedad crónica, en la cual el hígado se va llenando progresivamente de cicatrices, fibrosis, que se acompaña de esteatosis, de depósitos de grasa, y el problema está en la deformación de la circulación intrahepática por el depósito de tejido fibroso.
¿Cómo pueden mejorar las políticas públicas en materia de salud?
La población ha crecido a mayor velocidad que las facilidades que tenemos de salud pública y de información, de generación de conocimientos, para basar nuestras campañas en datos objetivos.
Ante la conciencia de la ignorancia médica en relación con la cirrosis hepática, porque sabíamos de la enfermedad, pero nos enfrentábamos a la imposibilidad de tener algo con qué atacarla, decidimos conocerla y tener mayor conocimiento, tener datos: qué tan frecuente es, cuáles son sus causas, cómo evoluciona, cuáles son sus complicaciones.
Todo eso era necesario tenerlo documentado objetivamente, no nada más para la cirrosis hepática, sino para toda la patología.
¿Cuáles han sido los avances?
Cuando comparo lo que tenemos ahora (2013) a como estábamos en 1950, la diferencia es un salto cuántico, una cosa estupenda, fantástica. Al principio no teníamos nada, información cero, ahora ya tenemos suficiente para justificar las campañas de salud pública que se llevan a cabo.
Hay una Asociación Mexicana de Hepatología que tiene unos 10 años de haberse fundado, y está promoviendo el interés en las enfermedades hepáticas. Y creo que sí se tiene conciencia que México es un país con alta frecuencia de padecimientos hepáticos y hay muy buenos especialistas médicos, no nada más en la Ciudad de México sino en distintas ciudades del país, donde estas enfermedades se atienden bien, igual que en cualquier otra parte del mundo, pero todavía no tenemos una campaña nacional contra la cirrosis hepática, así como tampoco se ha hecho una campaña nacional contra el cáncer del estómago, por ejemplo.
(Foto de Archivo)