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Joaquín Dorantes Pérez*
Las industrias marítimas sólo han sido objeto, hasta ahora, de esfuerzos aislados sin continuidad alguna, debido a la ausencia de una política de Estado que establezca el compromiso para el aprovechamiento de los mares.
Por muchos años ya, las riquezas en los mares de México han sido ignoradas por sus pobladores, ¿cómo llamar a su atención si nuestras costas están escasamente habitadas y la cultura marítima es prácticamente inexistente?; mientras que el promedio actual de la población mundial en las zonas costeras es de 60 por ciento y continúa incrementándose, en México solamente 16 por ciento de los habitantes reside a lo largo de sus extensos litorales.
Los mares y océanos del mundo contienen recursos vivos y no vivos aún indeterminados, porque todavía no se les ha explorado exhaustivamente y se desconoce no sólo la totalidad de lo que nos ofrecen, incluso de lo que contienen bajo su inmenso lecho.
Mientras que el inglés Sir Walter Raleigh (1554-1618) percibió que había que dominar el mar para dominar el comercio internacional y al mundo como consecuencia, el estadunidense Alfred Mahan (1840-1914) abundaba cientos de años después en las razones para ello, cuando en su teoría del Poderío Marítimo explicaba la importancia para su soberanía, de los intereses marítimos de una nación.
Sin embargo, el contraalmirante chileno Eri Solís Oyarzún es más puntual, cuando durante las últimas décadas ha venido insistiendo en que: “…sin la visión señera del estadista, se hace difícil orientar a una nación hacia un destino oceánico, aun cuando todos los factores favorezcan su materialización…”, como parece ser el caso de México, que continúa rezagándose entre un gran número de naciones latinoamericanas que ya lo han comprendido.
No nos han bastado los ejemplos de apenas un puñado de gobernantes como Guadalupe Victoria, cuya orientación hacia el mar le hizo servirse de éste rápidamente, creando nuestra marina mercante para comerciar con otras naciones, así como para fundar nuestra marina de guerra que se inaugura una vez consumada la independencia de México, con la rendición y expulsión de los últimos realistas pertrechados en el castillo de San Juan de Ulúa.
La esperanza de recuperar esa visión renace sexenio tras sexenio, sin que hayamos logrado remediar nuestra miopía. Los intereses marítimos o industrias marítimas de nuestra nación sólo han sido objeto, hasta ahora, de esfuerzos aislados sin continuidad alguna, debido a la ausencia de una política de Estado que establezca el compromiso nacional para el aprovechamiento de sus mares.
En un reporte internacional se consigna y jerarquiza a las más importantes industrias marítimas por el valor que aportan a la economía mundial. En este reporte, la industria del transporte marítimo se jerarquiza en primer lugar por el valor aportado, haciendo honor a aquello de: “todo comercio es internacional; todo comercio internacional es comercio marítimo”.
Hace poco más de 40 años, a finales de los años 60, la flota mercante de México fue reconocida como la de mayor crecimiento en Latinoamérica; en cambio hoy, prácticamente no participa un solo buque de bandera mexicana en el tráfico de altura, el del comercio internacional mexicano de importación o exportación. La falta de una flota mercante nacional cuesta anualmente a la nación más de 12 mil millones de dólares, aunque hay quien afirma que la cifra es superior a 30 mil millones, en fletes marítimos pagados a buques de banderas extranjeras.
La industria del transporte marítimo es la industria premier del sector marítimo.
* Joaquín Dorantes Pérez es ingeniero, experto en industria naval.