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Al concluir la primera década del siglo XXI, el dinero como moneda y billete parece ceder su histórico lugar al dinero plástico (tarjetas de crédito) y, más aún, a su expresión electrónica.
En el México prehispánico era usual el trueque –intercambio de mercancías o servicios por otros objetos o servicios?, y después el uso de semillas de cacao y el patolcuachtli (mantas de ixtle o lino) se generalizó en las transacciones comerciales.
En el siglo XVI, la moneda acuñada en la Nueva España llegó a ser el medio de cambio en China; tres centurias después, circulaba en todo el Norte y centro de América. La historia del papel y las monedas mexicanas refieren el colosal esfuerzo del país por sortear la dependencia del exterior y el extenso itinerario de su comercio internacional.
El primer billete impreso en México data de 1822, cuando Agustín de Iturbide se consagró como emperador y emitió 1 millón de esos ejemplares en denominaciones de 1 y 2 pesos. La pretensión de imponer el uso del papel como moneda suscitó un rechazo general, pues circulaban ampliamente las monedas de oro y plata.
Para motivar a los mexicanos a aceptar ese papel-moneda, el gobierno del entonces emperador decidió imprimirlos en las bulas papales –manifiestos religiosos con el sello del Papa León? para que la gente los aceptara. Se cita como razón de la caída del imperio de Iturbide la emisión de ese billete.
En 1825, durante el imperio de Maximiliano se estableció el primer banco de emisión de moneda en el país: el Banco de Londres, México y Suramérica, con capital británico. Posteriormente, se promovió la creación del Banco Mercantil Minero, que tuvo redes en Puebla, Xalapa y Querétaro, según afirma la internacionalista Leonor Ludlow en sus estudios sobre las relaciones económicas de México.
Entre septiembre de 1870 y febrero de 1881, ya circulaban en la capital los billetes del Nacional Monte de Piedad, cuyo valor se respaldaba en los permisos que le había otorgado el Ayuntamiento de la ciudad. Esa institución estaba autorizada para emitir papel moneda hasta por 9 millones de pesos.
Chihuahua fue sede de varios bancos, algunos de ellos, respaldados por la concesión que le otorgó la legislatura local. En 1875, el Congreso de esa entidad permitió la creación del Banco de Santa Eulalia, promovido por los grupos de poder local que buscaban impulsar la actividad económica de esa zona minera. En 1882, la familia Creel-Terrazas adquirió otra concesión para fundar el Banco Minero de Chihuahua.
El 2 de junio de 1884, nació el Banco Nacional de México; su origen data de la fusión de los Bancos Nacional Mexicano y Mercantil Mexicano, y sobre esa institución recayó el monopolio de la emisión de billetes. En ese tiempo, el precio de la plata cayó a su nivel más bajo.
Mientras los bancos locales surgían y se consolidaban en las ciudades, las finanzas se conducían de modo diferente en las zonas rurales, particularmente en las haciendas. Ahí dominaban los tlacos y pilones, monedas acuñadas a mediados del siglo XIX, que tenían diseños muy caprichosos: en forma de corazón o de rombos y cuya característica es que sólo podían cambiarse por los bienes que ahí se especificaban en las tiendas de raya.
Si el tlaco ostentaba la leyenda “vale por 2 centavos de carne”, el peón sólo recibiría a cambio esa mercancía y por el valor que se especificaba. Los materiales con que estaban elaborados eran muy variables: en hueso, latón, jabón, piedra o madera. Los tlacos circularon sobre todo en las haciendas y tiendas de raya del Bajío y en la Península de Yucatán en el siglo XIX.
A finales del porfiriato, los billetes que circulaban en el país reflejaban en su diseño la diversidad de su origen. Se había autorizado que cada estado tuviera su propio banco emisor de papel moneda y esto ocasionó problemas de convertibilidad, en virtud de que tales billetes sólo eran válidos en un estado y la entidad vecina no los reconocía.
Entre esos bancos emisores, destacan el Banco Occidental de México, el Banco de Sonora, el Banco de Jalisco y el Banco de San Luis. Por esa profusión de billetes, los diseños eran múltiples. Como ejemplo, los billetes del Banco de Hidalgo ostentaban grabados de mineros y la imagen de Juan Segovia.
Los billetes de Querétaro mostraban a un arriero, mientras que los del Banco de Veracruz representaban al ferrocarril y a sus cargadores. Algunos de ellos guardan cierta semejanza con el dólar estadunidense, aunque los billetes de nuestros días conservan sus marcos y figuras.
Al examinar las piezas originales o réplicas de la colección del Museo Interactivo de Economía (MIDE) del Banco de México, se aprecia que en los billetes de esa época no era tan visible la preeminencia de personajes políticos, sino que figuraban los de mayor relevancia social.
Casi al iniciar la Revolución Mexicana, comenzaron a acuñarse los bilimbiques, que funcionaban como papel moneda y tenían diseños muy variados conforme la capacidad que tenían los caudillos o jefes de plaza de emitir su propia moneda. Se cuenta que su nombre se remonta a la figura de William (Bill) Wick, quien a fines del siglo XIX pagaba a los trabajadores de su hacienda con bonos.
Esa práctica se imitó en México, pero a los revolucionarios se les dificultaba pronunciar su nombre, que deformaron como bilinbik o bilimbiques. Ese papel-moneda consistía, en ocasiones, en billetes muy elaborados, y en otros casos, de simples papeles que apenas ostentaban la firma de la figura responsable.
Los bilimbiques que emitió Francisco Villa eran simples trozos de papel o de cartón que inscribían la denominación y a los que acompañaba una rúbrica. El uso de los bilimbiques planteó dos problemas: el primero es que estaban respaldados por el poder de las armas, por lo que si el caudillo emisor era capturado o asesinado, los billetes que había emitido perdían su valor de inmediato; el segundo problema consistía en que los billetes villistas eran muy fáciles de falsificar.
Los únicos que emitían billetes con validez en todo el país eran el Banco Nacional de México –actualmente, Banamex? y el Banco de México.
Al final del movimiento revolucionario, llegó el parteaguas: el peso mexicano comenzó a circular por todo el país en 1925. El gobierno de Plutarco Elías Calles fundó el Banco de México y se emitió el billete de 5 pesos, conocido como el de la “Gitana”, pues ostenta la imagen de la actriz catalana Gloria Fauré, famosa por su belleza. El primero de esos billetes con el número de folio 00001 en 1933 también se custodia en el MIDE.
Hasta 1969, el Banco de México (Banxico) aún dependía de Estados Unidos para emitir sus propios billetes; lo hacía a través del American Magnum Company con sede en Nueva York. En ese año, México emitió sus propios billetes. Ese aparente retraso obedecía a que el país no contaba con los grabadores de las placas de acero. Este personal es muy especializado y apenas entonces ya se habían formado. Al mismo tiempo, el Banxico comenzó a adquirir la maquinaria y el papel para fabricar sus propios billetes.
Otra etapa en la vida del dinero mexicano comenzó la mañana del 2 de enero de 1993, en lo que Enrique Quintana llamó “una aventura inédita” en la era moderna. Ese día comenzaron a circular en el país las monedas y billetes de 1 peso sin los tres ceros que hasta ese momento se utilizaban. Atrás quedaron las monedas de 5 mil pesos y los billetes de 10 mil pesos que, para entonces, ostentaban elementos prehispánicos en sus diseños.
Esa mañana de invierno, los analistas financieros del país –entre ellos, Lucy Amador y el citado Enrique Quintana? recordaban que el “peso” original equivalía a 0.4 gramos de oro (actualmente su valor superaría los 17 mil pesos) y que tomó su nombre del peso de una de las monedas más usuales en España, un “castellano”.
Dinero electrónico
En el siglo XXI, el papel moneda dejó de utilizarse en las transacciones comerciales en efectivo, menos aún cuando se trata de operaciones que involucran grandes montos. El empleo de tarjetas de crédito como medio de compraventa se generalizó en 1970 entre los sectores medios del país.
Sin embargo, tras las recientes crisis financieras, el promedio de usuarios de ese “dinero plástico” se redujo. De acuerdo con el informe Finanzas del consumidor en México: más allá de la crisis, publicado en julio de 2010, el promedio per cápita de usuarios de dinero plástico en 2009 apenas fue de 0.2%. En contraste, el promedio en América Latina fue de 0.5%.
Estos datos indican que, en cuanto al rubro denominado “préstamo de consumo”, especialmente en las tarjetas de crédito, el usuario mexicano sigue por debajo de sus vecinos en la región. En cuanto a las transacciones electrónicas, el sector de la población mexicana que mayor empleo hace de este recurso es el de los jóvenes mayores de 25 años y adultos menores de 45 años.
El acceso a una cultura tecnológica influye en la decisión de realizar operaciones financieras electrónicas. Quienes poseen el conocimiento de las posibilidades del llamado “dinero electrónico” y disponen de una identidad digital son capaces de moverse con eficacia en el relativamente nuevo espacio financiero cibernético. Acceder a ese recurso es indispensable para administrar las finanzas personales y públicas sin olvidar que, en todo el mundo, sigue al alza el valor de los metales y la presión por volver a acuñar monedas en oro y plata como hace varios siglos.
Fabricando un billete
En 2010, los billetes se fabrican en el Banco de México luego de que la Junta de Gobierno aprobó un diseño previo. Enseguida, uno de los dos únicos grabadores que existen en este país comienza a tallar con un buril los elementos característicos del o los personajes principales del billete en la placa de acero.
Esos artistas y especialistas realizan un trabajo meticuloso para plasmar los rasgos y sombras de las figuras ?una tarea que lleva de tres a cinco meses?. Cuando ya se tallaron ambas caras de la placa, ésta pasa al proceso de fotograbado (con ácido) a la que se le agrega la denominación, la leyenda Banco de México y otros símbolos.
Esa placa concluida se reproduce con placas calcográficas grandes y comienza el proceso de impresión. En el primer proceso (offset) se aplica la tinta especial a gran presión y temperatura; los fondos se marcan y en el siguiente proceso de impresión se añaden las hojas de papel, el número de folio y las firmas de los funcionarios del Banco.
Finalmente se aplica el polímero que es una capa de barniz para que el billete sea más resistente. El billete se fabrica en papel algodón importado desde Alemania que ya contiene uno de los elementos de seguridad: el hilo. Los billetes conmemorativos del bicentenario ya son de acrílico. Listos para salir al mercado, pasan por el escrutinio de varias mujeres, “las examinadoras”, cuyo trabajo consiste en pasar a mano hoja por hoja de los billetes impresos para detectar, con su fino tacto, cualquier anomalía en la impresión. Si se detecta algún error, toda la hoja impresa se destruye. Si el proceso está correcto, las hojas pasan a las cortadoras automáticas, se revisan y cuentan nuevamente hasta que se empacan y salen a circulación.
Cuando los billetes impresos tienen errores o ya están muy deteriorados ?pasan por muchas manos y por todos los climas de la República Mexicana?, sigue un proceso de maculatura y destrucción.
Cuando el peso era el dólar
El 6 de julio de 1786 se decretó que las monedas acuñadas en la Casa de Moneda de México serían la base del sistema monetario de Estados Unidos, el naciente Estado de Norteamérica. Esas monedas, que comenzaron a circular en 1792, se denominarían dólares y su paridad era uno a uno. Un año después, el Congreso estadunidense reiteró que las monedas mexicanas eran un medio legal de pago en todo el territorio de ese país, situación que se mantuvo hasta el 21 de febrero de 1857.
En contraste, el peso mexicano había dejado de ser medio legal de pago en Filipinas desde el 1 de mayo de 1852, y en Canadá, en 1853. Treinta años antes, el peso mexicano dejó de ser moneda de curso legal en Centroamérica.
No tengo plata
En varios idiomas, plata es sinónimo de dinero. Con el llamado silver standard (patrón plata), ese metal fue el parámetro fundamental de la economía mundial y la unidad básica de cambio a lo largo de dos siglos. Durante un lapso considerable, su valor se mantuvo a la par del oro (siglo XVII y XVIII). Uno de los hechos más destacados en la historia monetaria fue la ruptura de la paridad y la depreciación de la plata a fines del siglo XIX. Paulatinamente, los mercados internacionales dejaron el patrón de la plata y adquirieron el de reservas de divisas regidas por el dólar estadunidense. Cuando la plata era el patrón, las monedas de uso corriente tenían valor real y no simbólico; cada una era un trozo pequeño de mineral cuya convertibilidad estaba garantizada. Tras el cambio, las monedas acuñadas en cualquier metal precioso o no y los billetes, meros trozos de papel, dejaron de tener valor intrínseco para convertirse en símbolos de las finanzas de un país.
El mundo en tiempos del trueque
Las sacudidas económicas y financieras causadas por las recientes crisis hicieron que millones de personas volvieran la mirada hacia una de las prácticas más antiguas de intercambio comercial.
El cambio de objetos que ya no se necesitan por otros bienes que se desean es una práctica antigua en la historia del comercio mundial: se trata del trueque. En el siglo XX, esa forma de intercambio tuvo su expresión más consolidada durante la llamada Guerra Fría (1949-1991). Entonces, la pugna entre dos sistemas económicos confrontó a todo el planeta, encabezados por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y Estados Unidos. Para salir del sistema capitalista, el denominado “bloque de países socialistas” conformó el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), que recurrió al trueque entre sus miembros.
El objetivo de este grupo era fomentar las relaciones comerciales de los países miembros en su intento de hacer un contrapeso a los organismos económicos internacionales de economía capitalista. El CAME promovió la división del trabajo entre Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumania, República Alemana Democrática, Mongolia, Cuba, Finlandia, Vietnam del Norte y otros países adherentes. De esta manera, sus transacciones omitieron el empleo de la divisa dólar y los intercambios de mercancías se realizaban con base en el valor de trueque o cambio.
Más de una década después, en 2002, y tras la crisis financiera y económica de Argentina, su población volvió la mirada hacia modelos económicos alternativos en los que se revaloró el recurso del trueque. En aquel país, llegaron a operar 6 mil clubes de trueque que agrupaban a más de 1 millón de socios; sus promotores afirmaban que 5 millones más de personas se beneficiaban de ese sistema.
El antecedente histórico más inmediato de ese intercambio comercial fue el Programa de Autosuficiencia Regional que lanzaron los ecologistas Carlos De Sanzo, Rubén Ravera y Carlos Covas en 1995. El modelo proponía un modelo económico alternativo con fundamento en los principios de solidaridad, ecología y sostenibilidad.
De esa manera, los productores ofrecían bienes y productos de primera necesidad en mercados populares donde los adquirían los distintos consumidores. Así surgió la figura del “prosumidor”, el neologismo que describía la nueva forma de intercambio comercial.
Y el 9 de agosto de 2010, dos años después de que detonara en Estados Unidos la crisis financiera, Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal estadunidense, admitió que el panorama económico es “excepcionalmente incierto”.
En respuesta a esa declaración, el analista económico John Williams anticipó, ante The Energy Report, que el año próximo (2011), el sistema económico se fracturará. Para que las familias estadunidenses preserven su patrimonio, les sugirió comprar agua y alimentos que les permitan sobrevivir un par de meses sin tener que pedir ayuda al gobierno.
Williams agregó: “Así, usted tendrá para comer, y si tiene un excedente, podrá utilizarlo para hacer trueque”. En el ámbito social, estimó que al sobrevenir el colapso sistémico antecedido por una gran depresión inflacionaria y el cese del comercio normal, al menos temporalmente, “habrá disturbios y durante unos días o semanas, volverá a funcionar el trueque en Estados Unidos” hasta que los gobernantes acuñen una nueva moneda y el mercado comience a asimilarla.