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La soberanía e independencia a la que México aspiró tras la expropiación petrolera se frustró por ignorancia y falta de nacionalismo de la elite, coinciden en estudios por separado Lorenzo Meyer y Alfredo Jalife
Detrás del anuncio hecho el 25 de mayo en Roma por la secretaria de Energía, Georgina Kessel, de que la producción petrolera del país se recupera y aumentará a 3 millones de barriles diarios en 2015, están los intereses del grupo al que ella pertenece: “Sin visión histórica y muy ignorante”, manifiesta Lorenzo Meyer, investigador del Colegio de México. “¡Claro que le conviene seguirle dando a la bombita hasta acabarse Cantarell u otro! porque es su sexenio y es su grupo el que se beneficiará de esa rápida salida del petróleo y recibirá divisas cuando la economía está en crisis”.
El especialista alude al pozo que en 1971 descubrió el pescador Rudesindo Cantarell en el Golfo de México, y que desde que comenzó su explotación comercial convirtió a México en gran exportador de crudo. Tan sólo en 2004, de su subsuelo se bombearon más de 2 millones de barriles diarios, según información de la paraestatal Petróleos Mexicanos (Pemex). Ahora está en declive: en abril pasado sólo se extrajeron 713 mil barriles, lo que desplomó 60.4 por ciento el ingreso por exportaciones petroleras en el primer cuatrimestre de 2009.
Esa política de intensa exportación de crudo se asemeja a un buque de vapor que en medio de la travesía se queda sin combustible y se le desmantela para alimentar sus calderas; así, éste desaparece mientras la caldera sigue y en algún momento se hundirá porque ya no tiene en qué sostenerse, explica este estudioso del sistema político mexicano, quien agrega: “No se le ve el sentido de la urgencia por explotar y seguir exportando petróleo, afortunadamente se les está acabando”.
El enemigo interno
En el balance del académico sobre la actuación de las elites políticas mexicanas en materia de defensa de la soberanía del país y sus recursos, encuentra que, en un sentido claro, “México no ha sido una nación soberana e independiente”, aunque descubre momentos en que el país logró ampliar sus márgenes de acción, uno de ellos durante la Revolución Mexicana, pues “ese movimiento armado fue un esfuerzo consciente de la elite revolucionaria por aumentar la independencia de México”.
Ese movimiento social y político de comienzos del siglo XX contrasta con la actitud que medio siglo atrás tuvieron algunos liberales radicales en los momentos “difíciles, dramáticos y traumáticos de la guerra con Estados Unidos” (1846-1848). Refiere el especialista que al fracasar política y económicamente su modelo, la elite liberal buscó entonces, como ocurre en pleno siglo XXI con el grupo en el poder, su asimilación con la potencia emergente.
Agrega que en la Revolución el petróleo fue un elemento fundamental del nacionalismo mexicano, pues ese recurso volvió a considerarse propiedad exclusiva de la nación contra la propiedad absoluta que Porfirio Díaz les dio a los dueños del suelo. Y ese esfuerzo por recobrar el control de su producción y explotación resume quizá mejor que ninguna otra el empeño por aumentar la independencia relativa de México.
Los años posteriores a la expropiación de la industria petrolera en 1938 constituyeron para el entrevistado el momento en que México “fue más libre, más soberano y más independiente, cuyos márgenes de libertad se manifestaron en la conducción de la política petrolera de la década de 1940”. Esa medida fue “la respuesta audaz de un país periférico”, pero que “gracias a la energía liberada por la Revolución y la política de masas del cardenismo generaron la vitalidad, la voluntad y la capacidad para reaccionar frente a los agravios recibidos de las potencias desde su independencia, más de un siglo atrás”.
Pese a las expectativas creadas por la expropiación, cuando se buscó estimular el mercado interno y desarrollar tecnología propia, cuatro décadas después el país volvió la mirada a su petróleo porque fracasó en esos objetivos. En 1982 la clase dirigente emergente optó por reducir esos márgenes de independencia y soberanía, logrados a cambio del apoyo político y económico de Estados Unidos, y el petróleo volvió a fluir.
El grupo en el poder –ya en su fase neoliberal– en 1988 enfrentó su falta de legitimidad, “resultado de un fraude electoral tan obvio que todo mundo se dio cuenta”, evoca Meyer. Para relegitimarse, esa elite esperó del país vecino una “transfusión de energía económica para lograr una transfusión de legitimidad”, y su proyecto nacional dejó atrás la distancia e independencia relativa del país contra la progresiva asimilación con Estados Unidos, tal como lo propuso la elite política un siglo atrás.
Ese deseo se concretó cinco años después con el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN), recuerda el historiador, y el flujo de los hidrocarburos hacia el norte se abultó. En las presidencias del Partido Acción Nacional (PAN), particularmente la de Vicente Fox, la exportación de crudo tuvo niveles muy altos que coincidió con el alza en los precios de los hidrocarburos, aunque en opinión del especialista en relaciones internacionales “de nada sirvió convertirnos en exportadores de petróleo”, pues hubiera sido aconsejable la prudencia y el interés de largo plazo para esperar eventualidades como la actual.
Ese incremento de precios continuó al inicio de la gestión de Felipe Calderón, pero pocos meses después se desplomó y, enseguida, su gobierno emprendió la búsqueda de nuevas fuentes de crudo. “Por eso él buscaba el tesorito con gran alegría, para que el gobierno federal se hiciera de recursos y así consolidar el poder de un grupo”, señala el entrevistado, refiriéndose a las reservas de hidrocarburos del Golfo de México.
Así pues, la lucha por el petróleo no fue el principio del fin de la dependencia, sino, aparentemente, un momento de transición hacia una nueva etapa en el desarrollo subordinado del país, concluye el analista en su reciente investigación Las raíces del nacionalismo petrolero en México (editorial Océano, 2009). Del comportamiento de las cúpulas gobernantes mexicanas en materia petrolera, Lorenzo Meyer expresa una frase contundente: “¿El futuro? quedará en una interrogación, pues la filosofía parece haber sido y sigue siendo: que el que venga atrás que arríe”.
La desnacionalización
Sin perder mucho tiempo en “discusiones bizantinas, la quintaesencia de la reforma energética que aprobó el régimen calderonista en alianza con el beltronismo, en su expresión priista y perredista, se centra en la desnacionalización de Pemex” en cuanto a la explotación de las reservas de hidrocarburos en el Golfo de México, expresa Alfredo Jalife Rahme, profesor de posgrado en geopolítica y negocios internacionales de la Universidad Nacional Autónoma de México.
“El resto de lo que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y sus asesores proclaman como triunfo, son meras migajas en tierra firme”, sentencia este académico considerado el mejor analista mexicano, por sus colegas nacionales y extranjeros, de asuntos internacionales.
Aprecia que la nación mexicana no era la misma cuando el barril de petróleo se cotizaba a 2 dólares, durante el periodo de la nacionalización de Pemex en 1938, que cuando su precio alcanzó los 150 dólares (75 veces más) setenta años después, señala, tampoco es lo mismo haber apresurado la reforma energética “entreguista” cuando la cotización del crudo entró en hibernación a casi 30 dólares el barril por la recesión global y la depresión estadunidense.
El investigador llama la atención al hecho de que la reforma energética se empujara con tanta urgencia cuando el precio del petróleo sucumbía a las presiones especulativas de lo que denomina “la banca anglosajona”; y considera que, aunque no se ha expresado abiertamente, la aprobación de la reforma energética también contribuyó en ese momento, según sus cálculos, en 10 por ciento al derrumbe del precio del petróleo.
Por esa razón, pareciera que el Ejecutivo y los actuales legisladores de México “trabajan más a favor de las necesidades energéticas unilaterales de Estados Unidos, al que beneficia un precio deprimido, y en detrimento del supremo interés mexicano, a quien beneficia, obviamente, un precio elevado)”.
Para el geopolitólogo, la peor equivocación del mandatario mexicano en política petrolera fue la “privatización subrepticia y tangencial de Pemex, que lo marcará para siempre y su fantasma lo perseguirá”. Advierte que esa medida va contra la corriente histórica global y apuesta a desmantelar y balcanizar a Pemex para privatizar los hidrocarburos de México.
Jalife, como Lorenzo Meyer, en su revisión histórica, pone atención a la forma en que ha actuado la elite política en turno al administrar los hidrocarburos del subsuelo mexicano. Explica que el viejo régimen, “visiblemente carcomido, no entendió la multidimensionalidad del nuevo orden geoenergético mundial” y tampoco comprendió el incipiente nuevo orden geoestratégico multipolar.
Esto ocurre por la “ineptitud consustancial” de ese grupo, que a un año de la gestión de Felipe Calderón dejó al país en el 15 lugar del Producto Interno Bruto Mundial contra el noveno que ocupó seis años antes. Asimismo, la revista Fortune, con datos del Fondo Monetario Internacional, indica que en 2008 México se desplomó siete lugares a pesar de que obtuvo los mayores ingresos por la venta de hidrocarburos en su historia.
Tan desastroso balance contrasta con el “estupendo” manejo de la carta petrolera, gasera y cuprífera que empiezan a jugar los países de América del Sur y Rusia. “¡Ése es un juego de ligas mayores que no entienden el aldeano Fox ni su tutor Salinas, a su vez títere de la dinastía bushiana!”, advierte el académico, cuya reciente investigación titulada La desnacionalización de Pemex (editorial Orfila, 2009) se centra en ese aspecto.
Trasnacionales o control estatal
Según Lorenzo Meyer, la defensa de la posición mexicana ante las trasnacionales petroleras en los años posteriores a la Revolución y en vísperas de la nacionalización se basó en el “sencillo y claro argumento” de que las reformas se justificaban porque eran necesarias para el bienestar popular. Esa nueva concepción del interés nacional nunca fue aceptada por Estados Unidos y Gran Bretaña, menos aún por sus petroleras privadas.
Ese escenario se modificó casi un siglo después: las petroleras estatales están en auge y actúan en detrimento de las otrora “siete hermanas anglosajonas”, ahora megafusionadas en cuatro: ExxonMobil, Chevron-Texaco, British Petroleum y Royal Dutch Shell. Así lo refiere Jean Pierre Séreni, analista financiero francés, que hizo ver (marzo de 2007 en Le Monde Diplomatique) cómo la trasnacional británica-holandesa Shell fue desplazada del sexto lugar por la empresa estatal Petrochina. (NE)