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Jorge Rodríguez Hernández*
Economía de sombra o sumergida son vocablos que expresan los efectos negativos del mercado negro en Cuba y cuyo impacto apenas comienza a disminuir tras las medidas que el gobierno emprendió para proteger a los sectores de la población de menor salario y sin acceso a divisas. Este fenómeno tuvo su mayor expresión tras la caída de la Unión Soviética y la persistencia del bloqueo económico estadunidense contra la isla. En 1993, tan sólo en La Habana, el 87 por ciento de las familias adquirían bienes por esa fuente y, 15 años después, un amplio segmento de la población cubana aún recurre a esa oferta en su cotidiano vía crucis por la supervivencia.
El auge de esa práctica se vincula a que, históricamente, el salario ha sido bajo en Cuba. Basta citar que en 1975 era de 135 pesos cubanos y cinco años después aumentó en 13 pesos; en 1991 fue de 185 pesos y en 1992 y 1993, de 182 pesos. Se considera que entre 1990 y 1993 el salario cayó de manera importante y se asoció a la extinción del principal mercado proveedor de alimentos y otros bienes de consumo hacia Cuba, como lo fue el campo socialista.
La evolución de los precios en el mercado negro muestra que, desde fines de 1993 hasta agosto de 2006, el salario medio no pudo enfrentar esa espiral especulativa. Estudios de especialistas muestran que esa economía sumergida presionó en la inflación desde fines de 1990 hasta agosto de 2006. José Luís Rodríguez, ministro presidente del Comité Estatal de Finanzas, estimó en mayo de 1994 que un año antes la magnitud del circulante en la economía en la sombra ascendía a 12 mil millones de pesos.
Por ejemplo, en el último trimestre de 1993, el año más difícil del periodo especial, entre 60 y 70 por ciento de los productos que se ofertaban en el mercado negro eran de procedencia estatal. Así lo destacaron en su momento medios cubanos, como Emisora Radio Reloj; Noticiero Nacional de Radio, Radio Rebelde; y los espacios A primera hora y Punto de vista, de Radio Progreso. Esa situación condujo al gobierno a imponer acciones que hicieran inoperante el delito económico, principal asidero de esa economía clandestina.
Entretanto, el mayor peso de la crisis recayó en el sector más débil económicamente de la población. Basta ver que a principios de la década de 1990, el 65 por ciento de los cubanos percibían un salario de 100 pesos y apenas el 35 por ciento devengaba más de 100 pesos. En 1993, el año más difícil de la crisis, la mayoría de los trabajadores (un 93 por ciento) percibía entre 100 y 231 pesos, el ingreso medio de una familia era de 273 pesos.
Los beneficiarios de esta situación fueron los llamados macetas (individuos con un buen nivel de vida casi siempre adquirido en negocios turbios e ilegales) y que se dispusieron a hacer una buena pesca. Esos nuevos ricos, prepararon los avíos para una nueva y jugosa campaña que reforzara las utilidades obtenidas en las redes especulativas, como los que antes y después de la crisis se dedicaron a la compra y venta de alimentos.
Canasta, al mercado negro
Al analizar el comportamiento de los precios en el mercado negro de 18 artículos importantes de la canasta familiar –manteca y aceite; café; leche fluida, condensada y evaporada; frijoles; cigarros; ron y cerveza; detergente y jabón para lavar y de baño; mantequilla, pollo, carne de res y huevo– se aprecia el deterioro del salario del cubano. El conjunto de cada producto totalizaba, al precio oficial, 17.29 pesos.
Así fue desde mayo de 1991 hasta el 1 de junio de 1994, cuando se aplicó una nueva tarifa de precios a bienes no esenciales como cigarrillos, ron y cerveza y hubo un incremento de entre 22.59 y 28.49 pesos. Hasta ahora, tal situación permanece sin cambios notables.
Algunos ven a 1993 como el año más difícil de la crisis económica cubana en el quinquenio 1991-1995. En junio, los precios de alimentos en la economía sumergida respecto al valor de la canasta familiar básica subsidiado por el Estado tocaron las nubes: alcanzaron las cifras más altas. Entonces, los cubanos tuvieron que hacer desembolsos monetarios, por primera vez, de cifras de hasta de cuatro dígitos, cuando el salario medio había descendido hasta 182 pesos.
“¡Algo tiene que ocurrir!”, comentaban por la calle aquellos días. La inflación crecía y la economía se deterioraba. En julio se anunciaron un conjunto de medidas, para iniciar el proceso de reversión; apenas había transcurrido un mes, cuando en agosto se despenalizó la divisa y el dólar comenzó a circular libremente en la isla.
La etapa más difícil comenzó en octubre de 1993, cuando el precio oficial de la canasta familiar básica creció entre 45 y 59 veces respecto al de la economía sumergida –pues para entonces el cubano de a pie necesitaba entre 788 y 1 mil 14 pesos para enfrentar los precios del mercado negro–; pero, en diciembre, los precios se incrementaron entre 52 y 69 veces, y a fines de marzo de 1994 había aumentado entre 67 y 71 veces.
En julio de ese año, se despenalizó la tenencia de divisa y se afianzó la tendencia a la dolarización de la oferta de la canasta familiar en los precios especulativos, en particular, y de la economía sumergida, en sentido general. Nuevos productos y servicios se podrían adquirir desde entonces en moneda libremente convertible; estas transacciones se observaron más en las diversas redes clandestinas que conforman esa economía en la sombra y en donde la especulación constituye su cara visible pero no la única.
Bajo esa nueva circunstancia, el billete verde continuó su ascenso en el mercado negro. De 45 pesos en que se cotizaba en enero de 1993, se elevó hasta 120 pesos hacia diciembre. Se reforzó así el proceso de dolarización de la economía que se apreció desde 1992; en sus operaciones, cada vez más, los especuladores exigían el pago en esa divisa.
Cambio negro en el siglo XXI
En septiembre de 2003, a casi 10 años de las primeras medidas adoptadas del periodo especial, el dólar se cotizaba a 26 por 1, cuatro pesos por debajo de las cifras reportadas en enero y abril de 1992, cuando el cambio era de 30 por 1. En 2006, a la sombra, se adquiría en cinco pesos menos, a casi 16 años de haberse adoptado las primeras medidas tras el inicio de una crisis económica que hasta hoy afecta a los cubanos.
El 9 de abril de 2005, se elevó la tasa de cambio del peso convertible (CUC) con relación al dólar y otras monedas convertibles. Además, se informó que las cuentas bancarias en dólares, tanto las ya existentes como las que se abrieran hasta esa fecha, no serían afectadas por esta medida, dirigida a revalorizar las dos monedas del Banco Central de Cuba: el peso cubano y el peso convertible, frente a las divisas extranjeras.
En julio de 2007, en La Habana se reportaban transacciones de 25 por 1, un comportamiento similar al de agosto de 2006, aunque a una tasa inferior en cinco pesos a la de enero y abril de 1992. No obstante, en las provincias orientales se oferta entre 28 por 1 y 30 por 1, aunque en zonas de La Habana no metropolitana se verifican transacciones similares. Esto se explica porque en la región oriental del país siempre ha existido esa tendencia alcista, igual cuando la tenencia del dólar era ilegal que después de su despenalización.
Aún ahora se mantiene ese comportamiento, incluso después que la divisa dejó de utilizarse para compra-venta de mercancías y servicios en la isla y el CUC ocupó su lugar en octubre de 2004. Cabe recordar que en esa zona geográfica la masa de dinero circulante ha sido siempre menor a la de la capital, donde la economía sumergida alcanza una mayor magnitud.
Por otra parte, los polos turísticos más fuertes se localizan en occidente (La Habana y Matanzas) y las mayores inversiones extranjeras suelen realizarse en esta parte de la isla. De ahí que el dólar estadunidense, se adquiera con mayor facilidad en el mercado negro de estas provincias del oeste de la isla. Aunque en Cuba la tenencia del dólar sigue siendo legal, no es así su uso en la compra de bienes y servicios, función que asumió el peso convertible.
Sin embargo, actualmente, los regentes de las redes clandestinas del mercado negro atesoran el dólar para extender sus vínculos no sólo hacia la actividad especulativa –la cara más visible de este fenómeno–, sino que cada vez son más activos con otros rasgos de la economía sumergida como el soborno, la compra-venta de bienes suntuarios e inmobiliarios, el tráfico de influencias, el juego de azar y el contrabando, entre otros.
Si a fines del primer trimestre de 2007 la economía cubana mostraba un indiscutible crecimiento en el ámbito macroeconómico, el mercado negro seguía afectando a un amplio segmento de la población cubana, obligada a acceder a su oferta, dejando a un lado sus reticencias para hacer frente a su cotidiano vía crucis por la supervivencia.