Las tribulaciones inflacionarias de un transpuesto Chicago boy

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Un transido hombre de Chicago en México enfrenta una peculiar jugarreta de la tornadiza e indomable realidad, del la cual, curiosamente, él mismo es en gran medida responsable y que ahora se verá obligado a resolver de cualquier manera, es decir, a través del más puro credo ortodoxo, porque es el único que conoce, en virtud de su dúctil capacidad de transposición y su irredimible y jansenista lealtad hacia su jefe, hasta la ignominia, comparable a la de Fernando Gómez Mont.


Hasta pareciera que Felipe Calderón, con su premeditada y clínica mala fe que le caracteriza, estimuló su pavloviano espíritu para colocarlo en ese difícil trance, al crearse artificialmente el problema. Primero, ante la supuesta urgencia de evitar el colapso de las finanzas públicas, lo obligó, desde Hacienda, con el turbio y palaciego apoyo de la mayoría panista y priista del Congreso y sus liliputienses aliados, a elevar indiscriminadamente los impuestos directos e indirectos y los precios de bienes y servicios públicos que, inevitablemente, crearon la burbuja inflacionaria cuyos estragos resiente el país, pese a que esa secuela fue reiteradamente negada por sus instrumentadores. Después lo trasladó al banco central para que la pinchara con la terapia monetarista restrictiva que sólo conocen en ese organismo.

Por desgracia, independientemente de la orientación de la política monetaria que imponga el Banco de México, de todos modos Calderón quedará frente a la sociedad como una persona incorregiblemente mendaz. Si Agustín Carstens privilegia el mandato de la ley orgánica, es decir, el control y la estabilidad de la inflación sobre el comportamiento de cualquier otra variable económica, y cuya meta para 2010 es de 3 por ciento, más menos un punto porcentual, entonces cambiará el manejo contracíclico de las tasas de interés en los meses subsecuentes para contener el aumento de los precios registrado en enero y cuya tendencia apunta hacia un nivel superior de 50 por ciento-100 por ciento (4.5 por ciento-6 por ciento o más) al cierre del año. Descontando la inflación, entre febrero de 2009 y enero de 2010, la tasa real promedio de los cetes a 2008 fue de cero por ciento, y la tasa objetivo, desde abril de 2009, de -0.2 por ciento. A la mayoría de los ahorradores prácticamente se le ha pagado tasas negativas desde el último trimestre de 2008. El poder de compra de su dinero como el de sus salarios acumula pérdidas desde esa fecha. La flexibilización monetaria tuvo como objeto estimular la demanda de crédito y obligar a los ahorradores a que gastaran su dinero o asumir las pérdidas, con el objeto de estimular el consumo y la inversión productiva, reducir los problemas de pagos de los deudores y contrarrestar la insolvencia de pagos, la grave recesión y el alto desempleo.

Pero los resultados fueron inútiles o mediocres, debido, entre otras razones, al ambiente recesivo y la incertidumbre interna y externa; la decisión del Carstens de ese momento, el de Hacienda, de actuar en sentido inverso al banco central, es decir, procíclico, al recortar el gasto público en mayo y julio de 2009; el creciente desempleo y subempleo; la pérdida de compra de los salarios reales; el temor de las personas a su futuro inmediato que les motivo a cuidar su deteriorado ingreso; y los voraces réditos cobrados por la banca privada, un descarado robo legalizado. Mientras la tasa media nominal de los cetes a 28 días y la tasa objetivo cayeron de 8.25 por ciento y 8 por ciento a 4.5 por ciento, las bancarias se mantuvieron sin grandes cambios (las hipotecarias se mantuvieron en casi 15 por ciento y la mayoría de las tarjetas de crédito, las más caras, en 40 por ciento-90 por ciento). La banca y los especuladores nacionales y foráneos mostraron quién controla el sistema financiero mexicano Así, la economía se desplomó en el orden de 7 por ciento en 2009. La inversión productiva media cayó de 5.1 por ciento en 2008 a –11.4 por ciento; las ventas al menudeo, de 1.4 por ciento a -4.9 por ciento. Los préstamos al sector privado, de 15.5 por ciento a -1.7 por ciento, y al consumo, de 11.3 por ciento a -14.6 por ciento. Así, el total de desocupados aumentó en 720 mil personas (2.5 millones), los subocupados en 1 millón (4 millones), los informales en 455 mil (12.3 millones) y las personas que dejaron de buscar empleo en 635 mil (5.7 millones). En total, 2.8 nuevas víctimas de la recesión, el modelo neoliberal y las políticas calderonistas. En total, 24.5 millones, equivalentes a uno por cada dos ocupados.

Si el transpuesto Carstens, ahora en el Banco de México, eleva los réditos para reducir la inflación, sacrificará la reactivación que desde hace varios meses Calderón, como esquizofrénico mesías, valga el pleonasmo, dice que ya la ve. Si sólo es un espejismo no pasará nada, porque ¿quién cree en él, más allá de su consorte y sus hijos, si es que le creen? ¿Se rasgarán las sotanas las iglesias por el amenazado aborto de la reactivación? El cuadro recesivo no se despejará antes de marzo, y si llega la mejoría, ésta se percibirá hacia finales del año. El escenario, empero, se ha complicado, porque los precios ya registran los efectos de las políticas del anterior Carstens, el alza de impuestos y de las tarifas públicas de diciembre de 2009 y enero de 2010, el de las cotizaciones empresariales que naturalmente trasladaron el aumento salarial, sus mayores gravámenes y sus más altos costos de producción a los precios intermedios, los costos de otros empresarios, y éstos a los finales, a los consumidores. Así lo harán el resto del año, pues Carstens, antes de irse de Hacienda al banco central, se aseguró que mensualmente se eleven las tarifas de los energéticos.

Si el nuevo Carstens lucha a brazo partido con el animal monetarista que lleva dentro, deja en un lugar secundario la marea inflacionaria, trata de quedar bien con su patrón, que por enésima prometió el ausente crecimiento con empleos, y opta por mantener bajos los réditos, realmente negativos, para desalentar el ahorro y fomentar el consumo, la inversión y la reactivación, la política anticíclica, tendrá dificultades en un pie: el gasto programable, que Calderón, transfigurado en Carstens hacendario, con la mayoría congresista priista-panista que hoy lucha a muerte, recortó 0.3 por ciento en términos reales con respecto de 2009. Por si no fuera suficiente, los piratas bancarios seguirán metiéndole el pie con sus insaciables intereses y su mezquindad en el crédito. Los consumidores no podrán ayudarlo, porque a sus salarios le han tenido que restar los impuestos y la inflación. Desde enero, uno y otro ya devoraron su aumento del año (2.5 pesos diarios del mínimo y 5 de los contractuales, en promedio).

Puede decirse que la inflación de enero no constituye un serio problema, ya que sólo fue de 1.1 por ciento en los precios al consumidor, gracias principalmente al alza de los públicos, y de 1.5 por ciento en la canasta básica. No obstante, fue el más alto en una década para el mismo mes y los empresarios ya ajustaron sus expectativas hacia arriba y actuarán en consecuencia, lo que provocará una desviación entre la inflación esperada y la que se alcance. La brecha entre ellas redundará en una pérdida de la competitividad de la economía. No fue mayor por al menos dos razones: la demanda que se mantiene deprimida y la revaluación cambiaria nominal (13 por ciento desde marzo de 2009), asociada al ingreso de capitales especulativos. La primera obstaculiza la reactivación económica y su mejoría podría presionar los precios. El atraso en la paridad abarata las cotizaciones de las importaciones, inhibe y desplaza la producción local, lo que afecta la reactivación y la creación de empleos. Por si no fuera suficiente, para presionar a la baja la inflación y mejorar el abastecimiento interno y la lustrosa “modernización” de los aparadores, para los que tienen dinero, Calderón decidió desde diciembre de 2008 la reducción de el arancel medio de 10.4 por ciento a 4.3 por ciento en cinco años (hasta 2013), de 13 mil 300 diversas fracciones. Es confuso si se abatirá la inflación. Pero lo que sí es claro es un aumento de la internacional ?como sucedió a principios de la década con la especulación? o del nivel de la paridad. Peor aún, condenará a muerte a más productores locales que serán desplazados por los bienes externos, lo afectará más la mediocre capacidad del aparato productivos para generar empleos ?los únicos que se crearán serán en los países donde se compre? y agravará el déficit externo y la dependencia estructural. Se ha señalado que la desgravación promoverá la innovación y la tecnología interna, pero eso no ha ocurrido desde que se inició la apertura comercial, en 1983.

Paradójica económica: en otros países mejora la economía gracias a su keynesianismo de urgencia, con una baja inflación, y en México se eleva esta última y la economía repta en el fondo del pozo, con nuestro neoliberalismo a ultranza. En una versión no ortodoxa, con una política estatal activa, una inflación temporal carecería de importancia si fiscal, monetaria y salarialmente se apostara al crecimiento y la creación de empleos. Nuestros Chicago boys prefieren una inflación de primer mundo con una expansión y un empleo y de bienestar similar a la de los países más miserables del mundo capitalista.

No se logrará la reactivación y habrá problemas en la desinflación como prometió vanamente Calderón. A cambio, se le reforzará un sádico placer que comparte con las bandas armadas que comanda en el estado de excepción. La única industria que trabaja a su máxima capacidad es la generadora de candidatos a delincuentes, por lo que podrá imponerse nuevos récords en las estadísticas de asesinados y de violaciones de los derechos humanos.

Mientras el nuevo Carstens resuelve si aprieta o no la cuerda de la restricción monetaria en el cuello de la economía, su flemática investidura de banquero central ha quedado ensuciada por la cloaca donde chapoteó el Carstens hacendario. El déficit fiscal en 2009 fue por 274.5 mil millones de pesos, “monto que supera en 47 mil 14 millones de pesos al déficit presupuestario aprobado”. Apenas fue superior “en 47 mil 14 millones de pesos al déficit aprobado”, “en línea con el equilibrio presupuestario sin considerar la inversión de Pemex”, que fue por 23.4 mil millones. Como se recordará, el Carstens hacendario anunció la catástrofe, el colapso financiero del Estado, diciendo que el déficit sería por 480 mil millones, por lo que urgía elevar impuestos y precios públicos. O como responsable de Hacienda francamente le fallaron las cuentas o infectó uno de los males que padece Calderón: el síndrome de la mentira. Engañó para justificar esas medidas. Además, mágicamente aparecieron remanentes de operación en el banco central, guardados en diversos fondos de estabilización y recursos excedentes por subejercicios, entre otros conceptos, contrarios a la ley de ingresos y egresos.

Fue un error o falsedad del Carstens hacendario, ¿qué se puede esperar del Carstens banquero central? Las evidencias indican que no había del alza de impuestos y precios públicos, que sólo había el interés de saquear los bolsillos de la mayoría, sin molestar a la burguesía y la oligarquía, a quien se planeaba beneficiar.

Peor aún. El resentido Gómez Mont y los despechados priistas, traicionados por Calderón, han evidenciado que dichos aumentos fueron resultado de un oscuro acuerdo. A cambio de ellos, el traidor Calderón se comprometió a evitar las alianzas del Partido Acción Nacional con el Partido de la Revolución Democrática para asegurar “condiciones electorales equitativas”, en nombre del “interés del país”, dijo cínicamente el priista Francisco Rojas. Peculiar manera de luchar por el bienestar, apuñalando a la mayoría, y la “democracia” electoral, excluyendo a los otros.

Ese escándalo evidenció una vez más la naturaleza antisocial y despótica de esos partidos y del sistema.

En su lealtad, el transportado Carstens aceptó hundirse en el estercolero como Gómez Mont.