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Isaac Leobardo Sánchez Juárez*
Es un hecho documentado por diversos analistas que la economía se encuentra viviendo momentos críticos a raíz de diversos acontecimientos de carácter coyuntural, pero sobre todo de naturaleza estructural, resultado de la postergación de reformas clave (fiscal, energética, laboral, educativa). Este mal estado de la economía se puede evaluar de diversas formas; una de las más comunes es la tasa de crecimiento del producto interno bruto (PIB), la cual representa el incremento en la cantidad de bienes y servicios que se producen en una economía en un periodo de tiempo dado, generalmente de un año. Si el crecimiento es elevado, estable y equitativo, entonces las cosas marchan adecuadamente; de no darse estas condiciones, se vive una etapa crítica.
En México, desde 1980 hasta la actualidad, la tasa de crecimiento económico ha sido insuficiente e inestable. Al compararla con el periodo de 1940 a 1980, resulta que vivimos en peores condiciones que quienes nos antecedieron. Mientras en el último periodo se creció a una tasa cercana al 6 por ciento promedio, en el primero se crece abajo del 3 por ciento en promedio y con escenarios de crisis recurrentes. Para las generaciones anteriores a 1980, México era un país de oportunidades y progreso; para las generaciones posteriores, el país dejó de representar ese papel.
La ausencia de elevadas tasas de crecimiento (por arriba del 7 por ciento anual, como alguna vez se prometió) ha conducido a la desilusión de los más de 100 millones de mexicanos que habitan este país. Entre muchas de las consecuencias de la falta de crecimiento, se encuentra la expansión de las importaciones, lo que acarrea un mayor grado de endeudamiento. El país, al producir casi nada, no tiene los recursos con los cuales pagar estas importaciones que sirven para financiar el consumo y la escasa producción que se genera. Si se observa cuidadosamente, se hace evidente que un porcentaje elevado de los productos que consumimos hoy en día se fabrican en China o en algún país del este asiático: es muy raro encontrarnos con productos hechos en México. Importamos ropa, calzado, alimentos, vehículos, muebles, equipo electrónico, maquinaria y un largo etcétera. De no ser por las exportaciones de petróleo, la economía mexicana se encontraría cerca del caos.
La economía necesita ser competitiva y dinámica; sin embargo, las posibilidades se reducen si el camino elegido implica únicamente beneficiar a los actuales oligopolios industriales y fortalecer a los pequeños negocios, descuidando la generación de grandes empresas industriales en sectores intensivos en tecnología y maquinaria que son las que dinamizan una economía. La falta de estrategias claras y la ausencia de acciones contundentes en materia de crecimiento económico, pueden conducirnos en el mediano plazo por un camino sin retorno, donde el destino permanente es el subdesarrollo y la miseria.
Evolución del “crecimiento”
En la primera gráfica se muestra el comportamiento que de forma agregada ha seguido el crecimiento del PIB en México; en ella se observan cinco años en los cuales el producto se contrae de forma significativa, son años críticos: 1982, 1983, 1986, 1995 y 2001. Los datos demuestran la naturaleza irregular e inestable del crecimiento de la economía nacional; incluso, es posible afirmar que la economía se encuentra en un franco proceso de estancamiento (la tasa efectiva de crecimiento del PIB es menor a su nivel potencial: se produce menos de lo que se puede).
Los magros resultados en materia de crecimiento coinciden con el establecimiento de una serie de medidas de política económica recomendadas por organismos internacionales, conocidas como Consenso de Washington, cuyas principales recomendaciones de carácter procíclico dejan escaso margen de acción para corregir la tendencia negativa en el crecimiento, eso sin contar sus efectos sobre la desigualdad del ingreso.
Al calcular la tasa media anual de crecimiento de estos 26 años, el resultado es de 2.64 por ciento, lo que indica su carácter insuficiente. Un crecimiento reducido, con inestabilidad recurrente, suma a los problemas ya mencionados la incertidumbre en la planeación de largo y corto plazo; difícilmente ante un escenario como éste los agentes económicos tienen la posibilidad de realizar con eficiencia sus diversas actividades económicas y sociales. El cálculo de los riesgos se vuelve complicado, lo que puede conducir a tomar malas decisiones.
El valor máximo alcanzado en 1981 fue de 8.55 por ciento, mientras que el valor mínimo se obtuvo en 1995 (el cual fue de menos 6.18 por ciento). Contrario a lo que se esperaba con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la economía se encuentra estancada y lejos de alcanzar la convergencia con nuestros principales socios comerciales. Las políticas de las tres D: desprotección, vía la liberalización comercial, financiera y de inversión extranjera; desregulación, vía la liberalización de los mercados internos, y desestatización, vía la privatización de las empresas públicas no han impactado favorablemente el crecimiento económico. Las estadísticas son contundentes: este tipo de políticas han resultado un fracaso en materia de crecimiento: no han podido sostener un ritmo de crecimiento superior al 7 por ciento anual. Se tienen no una, sino dos décadas perdidas.
Al dividir el periodo analítico en cuatro subperiodos administrativos, de acuerdo con el presidente en funciones, se presentan los resultados de la tabla 1.
Los datos indican que uno de los peores periodos es el de Miguel de la Madrid, éste se puede denominar el sexenio de “crecimiento cero”, ya que el valor medio estuvo cercano a ese valor, lo que significa que el volumen de producción de bienes y servicios no se incrementó. Si consideramos que el tamaño de la fuerza de trabajo durante ese periodo pasó de 20 millones de personas en 1980, a 24.1 en 1990 –mientras la población total pasó de 66 a 81 en igual periodo–, entonces, se entiende su carácter crítico (población aumentando + producción estancada = desempleo de recursos = malestar social = subdesarrollo).
Durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, las cosas mejoran sin alcanzar un estado de armonía; parecen sentarse las bases de un crecimiento sostenido, se prosigue con las políticas de liberalización y venta de empresas públicas iniciada en el sexenio anterior y además el Estado promueve activamente la operación de las fuerzas del mercado. Aunado a esto, se dejan de lado importantes reformas de fondo en el sistema productivo, lo cual se pone en evidencia por la crisis de 1994-1995, que dada su dureza vino a revertir los escasos logros alcanzados durante el sexenio; la crisis representó un duro golpe de realidad para quienes ya se veían compitiendo por igual con nuestros principales socios comerciales y formando parte de los principales grupos de países industriales, tales como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos y la Organización Mundial de Comercio.
En el sexenio zedillista, las cosas mejoraron sólo coyunturalmente (sin contar lo sucedido en 1995), alcanzando una cifra récord de crecimiento en 1997 y 2000 (6.63 por ciento). No obstante, al no estar sustentado en cambios reales de la estructura de producción y en el patrón de especialización productiva, vuelve a revertirse en 2001, lo que tuvo dramáticas consecuencias para el bienestar nacional. De acuerdo con la Encuesta nacional de ingreso gasto de los hogares en 2000, los primeros tres deciles de ingreso concentraban cerca del 3 por ciento del ingreso total de los hogares, mientras que los últimos tres deciles de ingreso concentraban el 33 por ciento, lo que indica la extrema desigualdad que se vivía y que empeoró con las recesión de 2001.
En el sexenio de Vicente Fox las cosas empeoran. Se suscita una ligera recesión en los primeros años, que comienza a revertirse en 2006, pero continúa siendo insuficiente para resolver las necesidades de una población en aumento. En los dos años que han transcurrido del sexenio de Felipe Calderón, las cosas no parecen mejorar: de acuerdo con el Programa Nacional de Financiamiento al Desarrollo 2008-2012, se estima que el crecimiento para 2007 será de 3.2 por ciento y 2008 de 2.8 por ciento bajo un escenario conservador.
Crecimiento: los requerimientos
El panorama no es halagador. Ante la ausencia de reformas fundamentales para romper con los diferentes cuellos de botella que impiden a la economía crecer a su nivel potencial, el cambio y la salida del atraso en el que se encuentra la economía nacional parece lejano. Se requiere de manera urgente un pacto entre sociedad civil organizada y Estado en todos sus niveles. La tarea del desarrollo no es responsabilidad exclusiva del gobierno, sino una obligación con la sociedad.
Para alcanzar la meta del crecimiento económico se requiere de un gobierno comprometido con la industrialización y el fortalecimiento de las cadenas productivas nacionales, la formación de agrupamientos manufactureros, grandes obras de infraestructura, educación, innovación, ciencia y tecnología.
Para crecer como antes lo hacíamos, bajo el escenario actual, es urgente que el país mantenga un programa macroeconómico de ajuste y estabilización; pero, además, se requiere de un programa de reformas de cambio estructural, un programa de modernización de la base productiva, de desarrollo participativo y de crecimiento con equidad.
*Candidato a doctor en estudios regionales por El Colegio de la Frontera Norte y profesor en la Universidad Autónoma Benito Juárez, de Oaxaca