Educación y Desarrollo: De las aulas a las arcas

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  • El desempleo durante la crisis económica global atacó más a la población con menos nivel de educación que a aquellos que tenían acceso a educación superior.
  • En 2009, México destinó el 22% (2 puntos menos que en 2007) de sus fondos públicos a educación, superando a países como Finlandia o Japón.

Educarse siempre ha sido importante, pero en un mundo que transita cada vez más rápido hacia la sociedad del conocimiento, la educación ya no es sólo una noble aspiración, sino que se va convirtiendo en un factor de supervivencia. Educar con calidad a la población se ha vuelto un elemento clave y diferenciador entre las naciones desarrolladas y aquellas con rezago. Ya es posible pronosticar —con base en logros educativos—  la posición de liderazgo global que tendrán aquellos países que logren insertarse adecuadamente en el mundo tecnocientífico, y el menos prometedor destino de aquellas naciones que tendrán que conformarse con proveer únicamente servicios y productos de bajo impacto estratégico.

La productividad va dependiendo cada vez  más y más de la creciente competencia profesional, de la capacidad de investigación y de la innovación constante; los ciclos de vida de los productos ahora se acortan y el consumidor se ha vuelto más inteligente y conocedor. El acceso a la información y el aumento de capacidades cognitivas está redefiniendo los mercados. Si la educación es aquel proceso por el cual las personas pueden volverse compradores y trabajadores más “inteligentes”, entonces el rubro educativo se convierte en extremadamente estratégico para todos los países.

El talento puede permanecer latente o descubrirse, pero sólo la educación es capaz de sacarlo a la luz y sistematizarlo. Para que el talento pueda producir desarrollo no ha de quedarse en unas cuantas personas, se debe distribuir y replicar. El gobierno y los nuevos departamentos de inteligencia corporativa  están ahora más conscientes que nunca de la necesidad de “producir y ganar cerebros”  para sus organizaciones, ya que la investigación y la innovación son las maneras más seguras de mantener su posicionamiento y de sostener sus segmentos de mercado, en un escenario altamente competitivo y cambiante.

La educación es la única plataforma donde cabe esperar un desarrollo real y duradero —intergeneracional—. Es desde la educación que las sociedades  contemporáneas pueden garantizar que el Estado de Derecho, la libre empresa y la democracia no desaparezcan en la bruma de los tiempos y que sigan siendo un ideal en las mentes de las personas que construyen y construirán la sociedad. La educación es, por ello, también un factor de sostenibilidad y de gobernabilidad.

La educación funciona también como escudo protector ante las crisis. Según afirmaciones de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) los trabajadores del conocimiento (profesionales, investigadores, asesores, empresarios del conocimiento, corporativos ITS, etc) no han decrecido ni en poder adquisitivo ni en sueldos, mientras que aquellos trabajadores menos dotados de estas capacidades han experimentado un decremento en su ingreso durante la crisis que empezó en 2008. El desempleo durante la crisis económica global atacó más a la población con menos nivel de educación que a aquellos que tenían acceso a educación superior. La educación  con su fuerte vinculación al empleo, la productividad y el consumo, se convierte en el sector productivo indirecto más crítico de todos los países.

Lejos ha quedado la idea de que la educación era sólo un accesorio cultural, una especie de título de nobleza para privilegiados, algo que sólo algunos poseían pero que no pesaba mucho sobre el desarrollo laboral y económico. Incluso se llegó a pensar —con la explosión de profesiones en la última mitad del siglo veinte— que “sobraban” los profesionistas y se necesitaba más mano de obra.

Pero la inserción de la tecnología y los cambios mediáticos de las últimas dos décadas han transformado estas ideas en un pensamiento obsoleto. Ahora las capacidades intelectuales y las competencias específicas y especializadas, han ido abriendo una brecha de sueldos y oportunidades, separando a la población laboral en capaces y no capaces. La productividad ahora depende más de la inteligencia  que de la fuerza e incluso más del conocimiento que del capital, como lo muestran  algunas de las más lucrativas empresas del siglo XXI, entre las que se encuentran muchas dedicadas a la comunicación, tecnología, innovación y la inteligencia empresarial.

Tengamos en cuenta que para producir y administrar riqueza se necesita conocimiento, técnica e información, los cuales son originados desde el talento humano. Ese talento necesita formación, maneras de potenciarse y crecer, de construir y comunicar, lo cual es justo la tarea de un buen sistema educativo.

No se trata únicamente de cumplir con metas estadísticas, ni de ejercer acciones gubernamentales con miras electoreras que sólo logran levantar magros edificios escolares, comprar mobiliario inútil o dotar las aulas con miles de computadoras y pantallas. Esto no garantiza los buenos resultados, son sólo apariencias de progreso, oropel que nada aporta. Un presupuesto alto para sueldos de profesores y maestros tampoco es una seguridad. La escala de sueldos debe terminar en una adecuada homologación y certificación; ha de promover la capacitación y educación constante.  La orientación del presupuesto educativo mexicano ya no puede aguantar las agendas políticas de un sindicato ni ignorar las nuevas condiciones de competencia global para ir ciegamente hacia un falso progreso, medido en discursos, metros de construcción y litros de pintura.

Según el estudio Panorama de la Educación 2010 de la OCDE, México destinó el 22% (2 puntos menos que en 2007) de sus fondos públicos a educación, superando a países como Finlandia o Japón (países de buen nivel educativo). Pero en las pruebas y evaluaciones aplicadas en nuestro país (Pisa, 2009 por ejemplo)  México obtuvo uno de los últimos lugares de la región. Este dato se complementa con este otro: según recientes estudios, más del 90% del gasto educativo se dedica a pagar sueldos burocráticos y de maestros.  Es conveniente recordar que el sueldo promedio de un maestro es bajo, por lo que sólo queda una cruda conclusión: el aparato educativo en México es enorme, poco eficiente e ineficaz.

El papel de la educación en la economía consiste en agregar valor a la empresa por la vía de la eficiencia, la eficacia y la creatividad; las cuales son potenciadas únicamente por la vía de la formación humana y la gestión del conocimiento.  Es precisamente ese valor el que ahora está escaso. La única garantía de recuperación es la identificación y evaluación constante de indicadores del desempeño educativo, de forma que se pueda ir evaluando y sistematizando la gestión del cambio educativo.

Los factores demográficos y el mercado laboral, están hoy intrínsecamente ligados. Como lo está el gasto social y el fomento de la empresa privada. Son factores que se influyen mutuamente hasta crear un sistema interdependiente en el que sobresale un concepto: la competencia.

México se ha esforzado por atajar el enorme rezago educativo que mantiene a manera de deuda con la sociedad, se ha avanzado mucho en el reconocimiento de las deficiencias en el tema, pero mientras que el sistema educativo no se vuelva consciente de que hay que gastar menos y producir más, mientras no se exija a  sí mismo medir y demostrar avances en forma de competencias logradas, y mientras que no se cultive el hábito de rendir cuentas, seguiremos gastando en educación enormes sumas de dinero, sin obtener  a  cambio casi ningún beneficio. Tal vez por ello en algunos países —e incipientemente en México—  el fenómeno de la “educación en casa” esté cobrando mayor fuerza como alternativa, pero de ese interesantísimo  tema, que puede impactar la vida económica y social de manera importante, hablaremos en otro artículo.

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